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El desarrollo del niño orientado hacia la individuación 3era Parte




El desarrollo del niño orientado hacia la individuación, pasando por el desarrollo de la voluntad, sentimiento y pensamiento (Tercera Parte)

Un elemento decisivo en el segundo septenio, es que el niño confíe cada vez más en lo que sus sentidos le puedan transmitir.

Sabemos que detrás de cada percepción, alienta la voluntad del ser humano, y con ello la simpatía. La percepción, espiritualmente hablando, es una intensificación de las fuerzas de simpatía potenciadas hacia la fantasía creadora, que el niño y el adulto pueden como sanos soñadores desplegar, pero que si se intensifica aún más, permite la percepción. La percepción es simpatía intensificada A través del acto perceptivo suceden muchas más cosas que las que comúnmente se conoce. La percepción pura de la naturaleza genera hondos sentimientos y experiencias que son vitales para la vida del ser humano. Sin ella, el ser humano inevitablemente tiene que secarse interiormente. Percibir la luz que cae sobre la mañana, es una experiencia que ayuda a sanar la depresión y otros males emocionales, siempre y cuando ella sea experimentada de manera que el intelecto no interfiera, es decir, si podemos percibirla por lo que ella misma es, y dejarnos que ella penetre en nosotros a través de nuestros ojos llegando hasta nuestro corazón.

Sin embargo, para la ciencia la luz es un proceso mecánico, de longitudes de onda simplemente. Quien así piensa tendría que reconocer que es hijo de una educación que lo llevó paulatina y sistemáticamente hacia la desconfianza de sus propios sentidos, ya que considera real no lo que sus ojos pueden captar de la luz, experiencia que contiene un carácter emotivo, sino que para él o ella lo real son las longitudes que un aparato interpreta (por lo demás esta es otra percepción, sólo que de un aparato y no de la luz). Una educación acorde a nuestros tiempos exige que el hombre vuelva a reconocer que su propia organización es un sabio instrumento para conocer el mundo. Es así como Goethe, quien pudiendo percibir realmente la luz, y pensarla sin perder la experiencia original de ella, dijo que la luz al enfrentarse a la obscuridad generaba los colores: “los colores son los actos y padecimientos de la luz”. Esto es absolutamente cierto cuando uno comienza a reflexionar desprejuiciadamente los colores. Cuando a la obscuridad de la noche, tenues rayos de luz se le enfrentan, surge el azul; y cuando la luz del sol está plenamente presente, y débilmente la obscuridad toca la luz, surge el amarillo ¡y así todos los colores!

Cuántos profesores, quizás cómo Goethe necesitan nuestras escuelas, hombres que confían y aman plenamente lo que el ser humano realmente es; con ello sus órganos sensoriales, lo que le transmiten sus sentidos. Hacia este ideal apunta la pedagogía Waldorf. Es lamentable ver como en la formación de los futuros profesores cada vez se aspire menos a los más altos ideales humanos, tanto en alumnos como en los profesores que los forman. Pero tampoco es de extrañar, ya que la educación de estos últimos y de los primeros careció del debido amor por lo humano, y sí mucho por lo subhumano como la tecnología. Si no se confía en los propios sentidos, menos se confía en lo que se piensa. En ese caso los ideales son meras ilusiones ¡Qué lamentable pueden llegar a ser las cosas!

Hacia el tercer septenio, el joven que ha podido confiar en lo que siente, ahora confía en la nueva facultad que despunta en su alma como la que lo guiará hacia la consolidación de su personalidad y de su identidad: el pensamiento.

Así como en el primer septenio el niño vive vitalmente bajo el predicado esencial que el mundo es bueno, y por ello lo imita, en el segundo septenio para él o ella es bello; ahora en el tercer septenio, el adolescente lo vive como verdadero. El joven necesita que su educación le entregue la certidumbre que al pensar puede llegar a la verdad.

En la pedagogía Waldorf resuena la importancia que el profesor pueda desarrollar su capacidad pensante a capacidad imaginativa, es decir un pensamiento que se hace "veible". El joven no sólo necesita desarrollar un pensar agudo intelectualmente, sino un pensar que reúna, integre, llegue a conclusiones y síntesis y no sólo a partes definibles. Necesitan desarrollar lo que Platón forjó como modo de pensar, es decir, la razón. Pero el profesor tiene que ir más lejos aún en su desarrollo, tiene que cultivar su pensar hasta transformar su capacidad intelectual hasta capacidad imaginativa, para desde ahí forjar el pensar tanto intelectual como el de la razón del adolescente. Para el profesor el pensamiento tiene que transformarse en realidad concreta, es decir, en uno más de los objetos que pertenecen al mundo. Así como una silla es del mundo, así el pensamiento silla es aquel desde el cual se extraen los principios para la manifestación o creación de la silla concreta; el pensamiento silla se vuelve un objeto más del mundo, el objeto que sustenta al objeto material.

Juan Pablo Barbato
Psicólogo

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