La sociedad que no deja que los niños sean niños
febrero 08, 2016
Quiero dar voz a esos niños y niñas muy sensibles al ruido, a la gente, a las etiquetas de la ropa, a las costuras, a esos niños tan motrices y con una gran necesidad de movimiento, a esas niñas tímidas, a los que necesitan su tiempo para adaptarse a los cambios, a las que no les gusta el olor o la textura de algunos alimentos, a los que cambian de actividad con frecuencia, a los que empiezan 10 cosas a la vez, a los más creativos y menos intelectuales… A todos y cada uno de estos niños y niñas maravillosos y únicos seres van dedicadas las siguientes líneas, más bien se las dedico a los adultos responsables de dichos niños y niñas (padres, madres, maestros, abuelos, tíos, vecinos y profesionales…).
Es difícil entender, comprender y aceptar que un niño no quiera ponerse los calcetines que hemos escogido, que no quiera terminarse el plato, que no le apetezca dar un beso a la abuela, que no nos dé las gracias, que le moleste la luz intensa o el ruido, que no pare quieto… Hay niños muy sensibles a las costuras y les molesta mucho el roce que producen los calcetines en el zapato. Hay calcetines sin costuras que seguro les gustaría llevar. O también se los podemos poner al revés. Conozco un niño que siempre quería ponerse los calcetines del revés hasta que su madre le trajo un día unos sin costuras.
Es tremendamente inquietante para algunos adultos ver a un niño moverse de un lugar a otro corriendo, saltando, brincando… Solemos decirles: “anda bien, siéntate bien, come bien…” Cuando para ellos ya lo están haciendo “bien”. Ellos están cómodos haciendo las cosas a su modo y a su ritmo. Somos los adultos los que no podemos ni sabemos cómo gestionar la actividad y espontaneidad de nuestros hijos o alumnos. Y yo me pregunto: “¿Por qué será?” Será porque de niños a nosotros tampoco nos dejaron mover ni nos respetaron… Hacer que un niño tenga que reprimirse motrizmente es algo que en un futuro le saldrá de una forma desplazada: tienen reacciones desproporcionadas ante sucesos, actúan desde la reacción emocional automática gritando o pegando. También pueden llegar a ser personas psicológicamente inseguras y con una autoestima muy baja. Académicamente no pueden rendir bien ni concentrarse si su necesidad motriz no es satisfecha.
Las emociones reprimidas en la infancia no desaparecen como por arte de magia al no ser satisfechas o negadas. Se intensifican al ser actualizadas. Las emociones son para ser expresadas. La naturaleza así lo diseño. No sentimos para luego reprimir, sentimos para poder expresar y sacar… Una emoción “guardada” sale en forma de “explosión emocional” cada vez que un adolescente o un adulto conecta con algo que le recuerda “eso” que ya vivió en su infancia. Le es familiar.
Yo solía encenderme por dentro hace 15 o 20 años cada vez que alguien me criticaba, juzgaba o me cuestionaba. Conectaba con la niña que había sido y con el desamparo, falta de atención y mirada. Cuando no podía sostener una situación explotaba y no me podía responsabilizar de aquello que estaba sintiendo ya que no lo comprendía ni sabía por qué me sentía así. Luego con los años, después de mucha indagación personal, estudio y observación me di cuenta de que todo me venía de mi infancia y de cómo había sido hablada y tratada. Las emociones que entonces debía reprimir se actualizaban en el presente. Con 5 o 7 años lloramos, de adultos explotamos… La vivencia interna es la misma pero la reacción es distinta.
Cuando oigo decir que hay bebes o niños de “alta demanda” me pregunto si no habrá madres de pocos recursos emocionales o a quienes les cuesta fusionar y conectar con sus hijos. Cuando hay una desconexión o falta de fusión emocional por parte de la madre hacia el hijo, (algo muy común, hoy en día, si ellas tampoco estaban fusionadas ni conectadas con sus propias mamas) este lo nota ya que el bebé o niño sí está fusionado emocionalmente a la madre. Al sentir dicha falta o carencia de conexión y fusión por parte de la madre hacia el hijo, él o ella empieza a pedir aquello que legítimamente la naturaleza programó: contacto, pecho, mirada, atención, presencia… Y como no lo recibe sigue pidiendo cada vez más y más… No se trata de culpar a la madre, ella no tiene recursos emocionales suficientes. Pero tampoco se trata de etiquetar al niño de demandante. Hay un desequilibrio entre lo que el niño necesita y lo que la madre es capaz de dar. Nos es más fácil decir que el niño pide demasiado. Nadie pide lo que no necesita, nadie. Quizás necesite más de lo que nosotras emocionalmente podemos darle.
Solemos interpretar lo que el niño necesita y quiere desde lo mental y racional. También les comparamos y emitimos juicios. Interpretar no es sentir ni mucho menos estar fusionadas ni conectadas emocionalmente… Interpretar es dar lo que nosotras pensamos que el niño quiere, no lo que realmente está necesitando. Interpretar no es satisfacer sino suponer. Interpretar es desde la cabeza. Fusionar y conectar es desde lo instintivo, desde el corazón.
Podemos seguir etiquetando a los niños de hiperactivos, hipersensibles, de alta demanda, superdotados, de altas capacidades, agresivos, mal comedores, antipáticos, tímidos, extrovertidos, habladores… No dejan de ser niños y cada niño es diferente y tiene diferentes necesidades, intereses y ritmos.
Esas palabras, a mi entender, no son más que opiniones o juicios aunque sean diagnosticados por profesionales llamados expertos. Cuando un niño es llamado hiperactivo es porque un adulto cree que se está moviendo más de lo “normal” o más de lo que ese adulto puede soportar, tolerar o gestionar… ¿Cómo podemos saber eso? Comparándolo con otros niños, ¿verdad? Y ¿Que niños son esos? Yo me pregunto, son niños libres, respetados y aceptados y amados incondicionalmente o son niños adaptados a una sociedad hecha por y para los adultos… Muchos niños dejan de moverse por que no se les permite y han aprendido a reprimir esa actividad corporal desplazándola en otras actitudes: violencia, morderse las uñas, necesitar ver mucha pantalla para no escuchar su cuerpo, comer… Incluso pueden llegar a somatizar se en su propio cuerpo. La enfermedad se manifiesta por síntomas.
A muchos adultos nos cuesta ponernos en el lugar de estos niños. Queremos y creemos que deben comportarse de un modo en particular y se nos olvida que ser niño es precisamente ser auténticamente espontaneo.
Por qué en vez de querer cambiarlos a ellos no intentamos cambiar nuestra forma de verlos y de relacionarnos con ellos. Cuando cambiamos nuestra forma de mirar, las cosas y personas que miramos cambian de forma. En vez de pedir ayuda para corregirlos y diagnosticarlos podríamos pedir ayuda para entenderlos y acompañarlos.
Etiquetar a un niño es dejar de responsabilizarnos y pensar que el problema lo tiene el niño. Ya podemos decir: “es que es esto o tiene esto o lo otro” como si nosotros no tuviéramos nada que ver con ese “diagnostico”.
Aceptar a un niño tal y como es nos cuesta mucho y pensar que le pasa algo es más fácil que intentar ver qué es lo que necesita y como satisfacer dicha necesidad sea de movimiento, silencio, contacto, escucha, mirada, descanso…
La sociedad en la que vivimos no mira a los niños sino que exige a los niños que miren a los adultos. No damos a los niños primero para que luego ellos estén llenos y puedan dar a su vez. Les pedimos, les exigimos, les ordenamos, les amenazamos, les castigamos, les gritamos, no les dejamos ser niños en un mundo de adultos. Necesitamos que se comporten como adultos aun siendo niños. Nos cuesta acompañarles y satisfacerles, no tenemos tiempo para ellos… Ellos son el futuro y sobreviven como pueden… Acaso se nos olvidó que nosotros también tuvimos que pasar por eso y precisamente ese olvido hace que la historia se repita.
Abramos los ojos de par en par y empecemos a recuperar el vínculo perdido. Si no lo hacemos en esta generación casa vez será más difícil.
Corre ves y mira a los niños con otros ojos.
Yvonne Laborda
Mi web: www.yvonnelaborda.com
extraído de http://www.elblogalternativo.com/
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