Comunicación Positiva
diciembre 30, 2015
Es una realidad que todos los padres vivimos y expresamos con pasión: nos gusta comunicarnos con nuestros hijos, que nos cuenten lo que les pasa, que pidan ayuda, charlar sobre lo que les preocupa… todo eso es una manifestación de que contamos en su vida, un modo de saber cómo se encuentran y de certificar que cumplimos bien nuestro rol como progenitores.
Pero las carencias en este área son enormes y constantemente chocamos contra los silencios, las negativas de los niños, las discusiones y la falta de tiempo real para sentarnos con ellos a dialogar.
Cuando tenemos dificultades para hablar sin concluir peleando o apenas obtenemos información de lo que hacen o cómo se sienten intentamos hacer cambios, cambios que suponen un gran esfuerzo, con lo que muchos se rinden por el camino, ya sea por falta de recursos, por malos hábitos que cuesta superar o por una idea de la infancia incompleta o sesgada.
Mª Pilar Gómez, Coach de Familia especializada en Comunicación e Inteligencia Emocional, nos cuenta los secretos del éxito de los padres y educadores con altos niveles de diálogo y vínculos profundos con los niños.
¿Por qué dices que la educación de los niños está marcada por la comunicación que establecemos con ellos?
Las palabras, el lenguaje, es genuinamente humano, es el mecanismo por el que construimos el pensamiento. Es también el vehículo para transmitir ideas, sentimientos, deseos y proyectos, afecto, límites, opiniones y normas. Un buen dominio del arte del diálogo ya fue empleado por los griegos, cuando Platón habló por primera vez de la dialéctica o arte de presentar dos discursos racionales y así llegar a la “Verdad”. Las escuelas griegas tenían la Dialéctica como materia fundamental y eso ha llegado hasta nosotros: los debates y discursos, el intercambio de ideas, la palabra forman parte de la cotidianidad. Quizá eso ha hecho que perdamos de vista la importancia que tiene en nuestra vida la comunicación.
La necesitamos para relacionarnos, para aprehender el mundo porque es un proceso vital de desarrollo y vínculo con otros seres humanos.
Entonces ¿por qué tenemos tantas dificultades para dialogar, hacernos entender y sentirnos escuchados?
Desde el útero materno estamos recibiendo las emociones de nuestra madre, sus pensamientos a través de las hormonas que generan, el tono de voz, las palabras y la entonación cuando habla. En los primeros años de nuestra vida somos como un libro en blanco donde van quedando marcados los mensajes sobre quiénes somos nosotros. Nuestros padres y otros adultos que nos educan usan palabras (también aprendidas en su infancia) que nos pueden etiquetar y censurar o bien pueden potenciarnos y acompañarnos con respeto. Cuando tenemos hijos tendemos a reaccionar del mismo modo que ellos y a usar las mismas expresiones: en función de la calidad y la cualidad de la comunicación que hayamos tenido de niños tendremos más o menos habilidad para escuchar y emitir mensajes sin agredir, con asertividad y empatía.
¿De qué maneras limitamos el desarrollo de los niños con nuestro modo de comunicarnos?
Especialmente con las etiquetas que les ponemos. La tendencia a calificar a los niños es uno de los hábitos más comunes y difíciles de vencer, porque no sabemos transmitir de otra manera la frustración que nos provoca su actitud, que no nos haga caso o que exhiba conductas en público que nos avergüenzan. Y sin darnos cuenta de que eso solo va a perpetuar esas etiquetas en las siguientes generaciones, llamamos a un niño “desastre”, “desordenado” o incluso “malo”. Si supiéramos el efecto que tienen esas palabras en él permaneceríamos en silencio para evitar dañar su autoestima y dirigir su futuro.
Muchos padres y educadores conocemos el significado del efecto Pigmalión: los niños creen aquello que les decimos, hasta el punto de comportarse del modo en que los definimos, porque confían en nosotros y porque están aprendiendo quiénes son a través de nuestros ojos. Si la mirada que les devolvemos sobre ellos es incompleta (“no haces nada bien”), fabricada a nuestra imagen (“este niño es como su padre”) o impaciente (“ya es hora de que te comportes como un niño mayor”) tendremos enseguida a un niño que no solo se comporta, sino que cree que es tal como le hemos definido. Con las consecuencias que eso tiene para su desarrollo, el concepto sobre sí mismo, los límites que se pondrá y la pérdida de talento y felicidad.
¿Cómo has llegado tú a la Comunicación Positiva, qué has aprendido de ella y cómo la aplicas?
En primer lugar por mi experiencia como madre de dos niñas y un niño y la vida en pareja: los desencuentros y la falta de entendimiento se producían con tal frecuencia que me encontraba atrapada en situaciones que aparentemente no tenían salida. De mi tiempo como maestra me llevé también muchas experiencias semejantes. Y como Coach de Familia he constatado cómo proyectamos nuestros asuntos pendientes, tratamos de controlar a los demás, de que adivinen lo que necesitamos, agredimos para desahogar la rabia y las frustraciones… y todo eso tiene solución. Requiere un gran compromiso y recursos nuevos.
Uso mis aprendizajes personales y procuro ser lo más honesta posible conmigo y con los demás: reconocer mis errores, escuchar sin juzgar, permitir elegir y equivocarse a mis hijos, tratarlos con el mismo respeto con que trato a otros adultos… está siendo una revolución en mi familia, mi pareja y en todas las áreas de mi vida. Me está dando una gran libertad interna y fuerza, porque me estoy haciendo cargo de mí misma en vez de tratar de manipular a los demás para que me rescaten. Ese lenguaje asertivo y directo es fundamental para que las relaciones sean fluidas, y para resolver las diferencias sin bloquearnos en posturas rígidas que eternizan los conflictos y dañan la raíz de nuestros vínculos, a través de la desconfianza y la violencia.
¿Qué hace que, a pesar de modificar nuestro lenguaje tengamos dificultades para entendernos?
En la Comunicación hay tres áreas básicas: la Comunicación Verbal, la Comunicación Paraverbal (tono, volumen, entonación, pausas y silencios) y la Comunicación No Verbal, es decir, todo lo que tiene que ver con la expresión corporal, desde los gestos de la cara hasta la postura del cuerpo. Investigaciones realizadas con sujetas en situaciones de comunicación de alta intensidad emocional, revelaron que lo que éstos recordaban mejor unos minutos después era la parte no verbal. De las palabras solo recordaban un 7%. Por eso cuando empleamos las palabras adecuadas con los niños y nuestro estado de ánimo o forma de pensar las contradice, no colaboran con nosotros y se oponen o se niegan a escucharnos.
¿Qué podemos hacer para mejorar la comunicación con los niños?
Hay varias premisas que podemos respetar y que no son tanto estrategias como un cambio personal interno que se refleja en lo que decimos y en nuestra actitud:
La comunicación ha de ser bidireccional: hacer partícipe a mi hijo de lo que pienso, siento y hago en mi vida diaria
Los niños tienen ideas, deseos, emociones… le respeto si le escucho con atención y explico aquellas decisiones que ellos no pueden tomar aún
La agresión a través del lenguaje es dañina: es fundamental abandonar los gritos y averiguar qué hace que acumule rabia y la vuelque en los pequeños conflictos cotidianos con los niños
Conocer las etapas de desarrollo de un niño: no es raro que un padre se queje porque le pidió a su hijo de 3 años que recogiera los juguetes y se lavara los dientes y quince minutos después no había hecho ninguna de las dos cosas. O que un maestro reniegue de ese niño de 6 que no “aguanta” sentado durante la mañana. Los niños tienen un proceso evolutivo que es importante respetar y acompañar, no son adultos en miniatura.
Tomar conciencia de los hábitos comunicativos y desarrollar alternativas: las frases de mi infancia que se cuelan en mis conversaciones con los niños y que detestaba cuando era pequeña, las reacciones emocionales que he copiado de mis progenitores… son los retos más duros porque es necesario que nos asomemos a experiencias de la vida que no nos traen buenos recuerdos. Hacer ese “trabajo” supone liberarse y liberar a nuestros hijos de una herencia que de corazón no queremos para ellos.
extraído de http://www.elblogalternativo.com/
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