El respeto protege del abuso por PAULA VALENZUELA

julio 22, 2013

Cada vez que el tema del abuso sexual en niños/as cobra presencia en los medios de comunicación, es esperable y deseable que emerjan con mayor fuerza y profundidad diversas recomendaciones y campañas de cómo prevenir y actuar frente a esta dura realidad. Habitualmente estas recomendaciones están orientadas a (i) detectar señales de alerta que permitan pesquisar una posible situación de abuso; (ii) generar acciones de protección y/o reparación una vez que se detecta que un niño o niña puede  haber sufrido una situación de abuso; y/o a (iii) demandar acciones de prevención general, tales como mayor fiscalización de jardines y salas cunas, registro de personas condenadas por estos delitos, etc.
Todos ellos son aspectos claves, sin embargo, estas recomendaciones suelen pasar por alto el tremendo impacto que pueden tener nuestras propias prácticas de crianza cotidianas como herramientas de prevención, no sólo del abuso sexual, sino de cualquier interacción que pueda atentar contra la integridad física, psicológica o emocional de nuestros niños/as.
Desde los enfoques de crianza respetuosa u otros similares, emergen múltiples herramientas que pueden ayudarnos a fortalecer los espacios de protección de los niños y niñas:

CRIANZA RESPETUOSA Y PREVENCIÓN

Practicar una crianza respetuosa implica tres aspectos claves:
Por más precavidos que seamos, muy difícilmente podremos evitar por completo el que nuestros hijos/as  queden expuestos a una posible situación de abuso (de poder, de confianza, sexual u otra), más aún cuando muchas veces éste se practica por personas cercanas y de confianza.
(i) Entender y buscar aprender qué necesitan nuestros hijos/as para sentirse seguros, queridos y protegidos, comprendiendo que su desarrollo socioafectivo es central;
(ii) Reconocer que como adultos transmitimos conductas aprendidas de manera automática, que muchas veces requieren ser revisadas, en un proceso de crianza o acción formativa consciente, dónde soy capaz de cuestionar mi propio accionar, y de reaprender y reorganizar mis conductas en función de las necesidades del niño o niña y de las propias, motivados desde el afecto y la intención de brindar seguridad y confianza en el niño o niña que estoy criando o apoyando;
(iii) Tener plena convicción de que un niño/a merece el mismo respeto que un adulto siempre.
En este sentido, revisar nuestras prácticas de crianza o acción formativa, hacer de nuestra maternidad,  paternidad o de nuestro rol educativo en general un proceso consciente, que nos permita cambiar nuestras “respuestas automáticas” por respuestas más respetuosas de las necesidades socioafectivas y de desarrollo integral de los niños/as, incorporando y promoviendo prácticas cotidianas que faciliten y generen la empatía, el respeto, la autonomía y el apego seguro, contribuir a erradicar aquellas conductas socialmente aceptadas que nos llevan a la intolerancia, la rigidez, la baja autoestima, el adultocentrismo o el abuso de poder, son todas acciones relativamente sencillas, que impactan no solo en un desarrollo más armónico e integral de nuestros niño/as, sino que se constituyen en unaefectiva manera de protegerles de cualquier tipo de abusoincluso de nuestros propios posibles y muchas veces involuntarios abusos de poder.
A quien se le educa con cariño y respeto, aprende a querer y respetar a los demás y a sí mismo, y tendrá la seguridad y la confianza para decir “esto no me gusta”, pudiendo pedir ayuda cuando la requiera. Por más precavidos que seamos, muy difícilmente podremos evitar por completo el que nuestros hijos/as  queden expuestos a una posible situación de abuso (de poder, de confianza, sexual u otra), más aún cuando muchas veces éste se practica por personas cercanas y de confianza. Pero sí podemos entregarles herramientas para que puedan alertarnos tempranamente y pedir nuestro apoyo, con la seguridad de que pueden contar con nosotros, y con ello prevenir que ocurra un daño y/o aminorar el impacto si es que la situación ya ha ocurrido.

¿QUÉ HACER?

Algunas recomendaciones sencillas son:
  • Enséñale al niño/a que su opinión merece el máximo de respeto y permítele, desde la más temprana edad, el que pueda decir que no.
    A través de una crianza respetuosa (donde no le obligas a comer o a seguir órdenes “sin chistar”) le proteges, le enseñas a hacer valer sus deseos, respetas sus ritmos de desarrollo y sus necesidades cotidianas. Le enseñas que a veces es importante decirles que NO a los adultos y a saber que merece ser escuchado SIEMPRE. Por cierto, habrán muchos aspectos de su vida cotidiana que no se pueden negociar (como el tomarse un remedio, el querer meter los dedos a un enchufe, etc), pero hay muchos otros que si, como decidir si un día no quiero comer la ensalada, ir dónde la abuela o estar un rato más en la plaza… Ceder poder y negociar con nuestros hijos/as en buenos términos, les enseña a hacer valer sus deseos de manera adecuada; el obedecer simplemente “porque la mamá/el papá/el adulto lo dice” sólo le enseña a ser sumiso, a no hacer caso a sus deseos y a callar su legítima opinión o reclamo, no sólo ante su madre o padre, sino ante cualquier adulto que se lo exija.
  • Permítele elegir lo que le gusta o no
    (qué y cómo comer, cómo y cuándo vestirse, etc). En igual sentido que el punto anterior, aprender a distinguir que hay cosas que si no le gustan no está obligado a aceptarlas porque sí, que puede elegir y que sus opciones son válidas, también le protege; le enseña a desarrollar su autonomía (la capacidad de elegir cómo quiero que sea mi vida) y que tiene derecho a ser escuchado(a). Por cierto no podrá siempre elegir, y tal como uno realiza muchas cosas en la vida que no nos gustan, el niño/a de igual manera aprenderá que no se puede jugar a los autitos a las 5 de la mañana. Por lo general en nuestra cultura a los niños/as poco se les permite elegir, por miedo a que no aprendan “límites”. Sin embargo quien educa con respeto (no con negligencia) sabe poner límites ante eventos de seguridad o importancia vital para el desarrollo de su hijo/a y no permitirá que juegue con fuego o que esté desabrigado en un día de frio; pero entregar el control al niño/a en muchísimas otras actividades cotidianas fomenta su responsabilidad y seguridad ante sí mismo y ante los demás.
  • No le obligues o no le fuerces a dar ni recibir besos o abrazos.
    Respeta su derecho a no querer ser tocado o besado en un momento determinado, ya sea por ti o por personas extrañas; muchas veces algunas personas conocidas y con buenas intenciones pueden ser intrusivas en sus formas de expresar afecto y es legítimo que el niño o niña no sienta deseos de responder a un contacto físico que lo incomode.… permitirle esta libertad de elegir cómo y cuánto contactarse físicamente con los demás también le protege, ya que aprende a respetar sus deseos, a escuchar las señales que le da su propio cuerpo y que en el futuro le permitirán distinguir intenciones distintas en un mismo acto (por ejemplo un beso de saludo que sea excesivamente intrusivo). Puedes enseñarle modales de convivencia sin forzar el contacto físico, quizás a veces prefiera mandar un besito con la mano o simplemente decir hola…
    Del mismo modo, permítele buscar ese contacto físico si lo necesita. Si a través de tu abrazo cariñoso se siente seguro y protegido, entrégaselo. En ocasiones los niños/as literalmente se “aferran” a su figura de apego en espacios en que se sienten amenazados, y no siempre son del todo bien recibidos por los adultos en esa búsqueda de apoyo, quienes muchas veces emiten juicios con frases cómo “tan mamón!” “aprovecha de ir a correr por ahí” “anda con la tía y deja que la mamá descanse un rato”… Si le entregas ese apoyo físico en un abrazo receptivo y sincero muy probablemente adquiera con mayor facilidad y rapidez la seguridad para interactuar en ese ambiente nuevo o que siente más hostil, con la tranquilidad de que puede recurrir a ti cuando lo necesite, y con ello facilitas finalmente su exploración independiente. Recuerda siempre que no hay manera de “malcriar” a un niño/a con cariños, besos y abrazos.
  • Dar espacios de contención y de escucha constante y respetar la intimidad de nuestros niños/as, también les protege.
    Les permite aprender que pueden contar con nosotros y acudir cuando nos necesiten, que sus tristezas y temores son válidos para nosotros… Si dejas a tu guagua llorar sin consuelo, no esperes que lo busque en ti cuando sea más grande, con ello solo le enseñas que su tristeza no es lo suficientemente importante para ti. Una de las alertas habituales de que nuestros hijos/as pueden estar viviendo una situación de abuso es detectar sus cambios de conducta y ánimo y saber interpretarlos a tiempo, ofreciendo un sincero espacio de escucha respetuosa, confidencial y de amor incondicional. Para ello es clave conocer a fondo a nuestros niños/as y haberles permitido confiar a ciegas en nosotros desde el inicio de la relación. Respeta su intimidad, no comentes aquellos aspectos que puedan avergonzarle frente a otros cuando el o ella esté presente, conserva los secretos que te ha confiado, y en chicos/as un poco más grandes, respeta también su intimidad física al bañarles o cambiarles de ropa si hay otros adultos presentes.
  • Mantén una actitud de disponibilidad afectiva, de juego y de comunicación verbal y no verbal.
    Muy relacionado al punto anterior, ya que de ese modo podrás conocer realmente sus reacciones y estar atento a cuando pueden necesitarte y no sepan pedir tu apoyo o estén atemorizados sin saber cómo reaccionar.
  • Pide disculpas, da las gracias, pide por favor, di te quiero y escucha las críticas de los niños/as.
    Tu hijo o hija te ama, más que a nadie en el mundo. Hagas lo que hagas, incluso si abusas de él o ella, buscará tu aceptación y amor. El o ella aprende de tu ejemplo y a través de tu mirada mide cuán valioso es en el mundo. Tratarles con cariño y  respeto implica que nosotros también mantengamos buenos modales, miradas afectuosas, gestos explícitos de afecto con ellos/ellas. De este modo también aprende de nuestro ejemplo a ser amable. Utiliza un lenguaje cordial, y trata de mantenerlo cuándo pierdas la paciencia y te enfades. Por cierto que te enojarás muchas veces, aprender a enojarnos respetuosamente es parte de los desafios de relacionarnos con otros y con los niños/as, por ello es muy importante también saber pedir disculpas cuando reconocemos nos hemos equivocado. Esto, lejos de ser una acción de debilidad, demuestra mucha humildad y grandeza interior y valida tu rol formativo. Escucha sus críticas, tu hijo o hija es tu principal admirador, y aun cuando pueda hacerlas desde su enojo o con palabras equivocadas, en ella te expresa sus temores y deseos con nitidez; si prestas atención con calma, descubrirás que en ellas te indica el mejor camino para comunicarse de manera más efectiva y respetuosa, y en ese diálogo le puedes enseñar a plantear los temas difíciles de buena manera.
La crianza con apego promueve prácticas concretas, como el porteo (crianza en brazos), el colecho (dormir juntos), la lactancia a demanda y a término, entre muchas otras. Así mismo, rechaza de plano técnicas conductuales como las de adiestramiento del sueño, entrenamiento en control de esfínteres, o de manejo de pataletas a través de premio/castigo, entre las principales. Sin embargo, no es una religión ni un dogma que requiera seguir una pauta de crianza determinada al pié de la letra, escrita sobre un “manual único de crianza respetuosa”.
Muchas veces se cuestionan las prácticas de crianza respetuosa como una incapacidad de los adultos de establecer rutinas o marcar algunos límites necesarios para el desarrollo infantil. Eso es no comprender el sentido que propone este enfoque. Criar sin límite alguno o no establecer y respetarle al niño o niña sus rutinas básicas, acorde a sus necesidades de desarrollo, es un acto de negligencia que nada tiene que ver con ser respetuoso. Es un acto que deja al niño/a en una suerte de caos que no le permite confiar en su medio, ya que nunca tiene claridad o seguridad respecto a lo que está permitido o no, respecto a lo que puede esperar o no del mundo adulto. Criar con respeto, en cambio, es acompañar el desarrollo de nuestros hijos/as sobre la base de sus particularidades, en especial de sus necesidades socioafectivas. Implica primero que nada observar en silencio y con el corazón abierto, para luego empatizar, acoger, y con ello buscar el modo más adecuado de apoyar y/o acompañar. Para quienes han optado por la maternidad y paternidad consciente (o en el caso de los profesionales dedicados a la infancia, a un ejercicio profesional consciente), no hay tarea más preciosa y fascinante que acompañar el desarrollo del ser más querido, y no hay mejor enseñanza que puedan dejarte tus padres y los adultos significativos, que el enseñarte a querer sanamente y a confiar en otros y en ti mismo.
En definitiva, la crianza respetuosa protege a los niños/as de cualquier tipo de abuso, incluso de los nuestros, hoy y mañana, ya que les enseña a respetarse y valorarse a sí mismos y a los demás, les da herramientas concretas de cómo actuar, y les da la seguridad de buscar apoyo cuando lo necesiten, confiando en que tendrán a alguien que los quiera y acepte incondicionalmente, pase lo que pase.

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