Hace un par de semanas les
hablaba sobre cómo todo lo que hacemos y decimos puede afectar a las vidas de otras personas, tanto para bien como para mal. A raíz de ese artículo, un
lector me hizo llegar un vídeo de Elisabeth Kübler-Ross, una psiquiatra
mundialmente conocida por su trabajo con los moribundos, por sus relatos de
experiencias cercanas a la muerte y sus convicciones acerca de la vida después
de la vida. En la primera parte del vídeo, Elisabeth relata la historia de una
madre que tenía constantes peleas con su hijo a causa de la negativa de éste a
dejar de usar siempre la misma vieja camiseta. Tras asistir a una charla de
Kübler-Ross, la mujer se dio cuenta de que ése no era un asunto de vital importancia.
Pensó que, si su hijo muriera, ella lo haría enterrar precisamente con esa
camiseta que tantas discusiones les había costado. Así que al llegar a casa,
con su escala de valores totalmente renovada, le dijo a su hijo que tenía su
bendición para usar esa camiseta cuanto quisiera, que ella no iba a tratar de
convencerle nunca más de que se la quitara. La felicidad de su hijo y la paz
familiar eran mucho más importantes.
En la segunda parte del vídeo,
cuenta una historia mucho más sobrecogedora. Se trata de un niño de once años
que se quitó la vida. Elisabeth le preguntó a la madre qué había pasado, cómo
podía ser que un niño de once años se suicidara, teniendo toda la vida por
delante y estando, en teoría, en una de las etapas más felices de la vida de
cualquier persona. La madre dijo que no lo comprendía, que no había “pasado
nada”; que era un niño “normal, sano y feliz que siempre hacía lo que le
decíamos”. En el último día de su vida, había sido reprendido y castigado por
unas malas notas. Tras ser ignorado expresamente por sus hermanos y por sus
padres, quienes pretendían, así, “darle una lección”, se fue a dormir y, a la
mañana siguiente, se suicidó. Es lo que Alfie Kohn llama la “retirada del amor”,
un castigo de una crueldad incalificable que transmite el mensaje de que el
amor es condicional: tus padres y tus hermanos te aman si, y sólo si, te portas
bien (traducido: si haces lo que ellos esperan de ti). Tus padres y tus
hermanos te aman si, y sólo si, tienes buenas notas en el colegio. Tus padres y
tus hermanos te aman si, y sólo si, te casas con la persona adecuada (según
ellos). Tus padres y tus hermanos te aman si, y sólo si, tienes un trabajo
digno (de nuevo, según su criterio, no según el tuyo). No importa que tengas
once años o cincuenta y cuatro.

El amor condicional es una
actitud mucho más común y habitual de lo que pudiera parecer cuando uno lo lee
crudamente. Lees a Alfie Kohn y te parece que está hablando de casos extremos.
Pero no. Escuchas a Elisabeth Kübler-Ross y te sorprende que aquella madre
dijera que no entendía lo que podía haber pasado, que su hijo era “normal y
feliz”, y vincula esa descripción al hecho de que el niño siempre hacía “lo que
le decían”. Luego te cuenta el brutal castigo al que le sometieron, pero sigue
sin entender qué pudo haber pasado.
Algunas personas quieren tener
hijos obedientes porque es más cómodo que tener hijos libres. Un hijo libre
supone un cuestionamiento constante de nuestras propias convicciones. Si tu
hijo o tu hermano murieran mañana, ¿cómo querrías que hubiera sido su último
día? ¿Qué papel querrías haber desempeñado tú en esas últimas veinticuatro
horas? ¿Querrías haber discutido con él por una vieja camiseta? ¿Querrías
saberte responsable de no haber hecho nada por mejorar siquiera un poquito su
existencia?