Paciencia para criar, ¿de dónde la sacamos? (Parte III)
abril 30, 2013Ya vamos por la tercera entrega, en los miércoles de Crianza Respetuosa,
desde que comenzamos a publicar la serie de cuestionarios hechos a
especialistas psicólogos, educadores, madres y padres blogueros de
Iberoamérica, todos amigos y amigas orientados por los principios de la
crianza consciente, sobre la tan deseada y escasa cualidad de la
paciencia, indispensable para una crianza libre de violencia.
Hoy toca nutrirnos con las respuestas de uno de los especialistas
favoritos, siempre citados y recomendados por esta servidora, aliado
incondicional en la construcción de cultura de paz. Se trata de Antonio
Pignatiello Megliola, psicoanalista venezolano, investigador y profesor
de la Universidad Central de Venezuela, creador y autor del estupendo
Blog Revés de la Masculinidad
Antonio Pignatiello
Querida Berna
Te agradezco la invitación a participar en esta iniciativa. Ha sido
muy interesante responder tu cuestionario, además agrego (me parece
importante) que lo disfruté mucho. Pienso que has tocado un tema clave.
¿Qué es la paciencia?
Se suele ver la paciencia como algo que se tiene o no y que sirve
para aguantar o soportar algo desagradable o enojoso sin reaccionar de
una manera que usualmente implica algún tipo de agresión o uso de la
fuerza. Hemos escuchado expresiones como “¡Señor dame paciencia!” o
aquella que invita a “armarse de paciencia”. Desde esta visión común la
paciencia es un evitar algo, un dejar de hacer algo, se ve como
pasividad forzada y tras de ella se esconde la agresión.
Prefiero concebir la paciencia como una manera de actuar sobre la
realidad en la que nos acompasamos con el tiempo que requieren las cosas
para ser realizadas, es saber ocuparse de cosas que pueden parecer
pequeñas en lugar de saltar sobre ellas o ignorarlas. Paciencia es
comprender que los procesos de la vida tienen tiempos que no responden a
nuestras ansiedades o nuestros caprichos, y sobre todo que el otro
tiene su propio tiempo, así como una voluntad y un deseo propios.
Paciencia implica entonces respeto y empatía.
Paciencia es también saber esperar y disfrutar el camino para
alcanzar un resultado, para eso hay que ser capaz de contener los
propios impulsos para lograr sentir, percibir y reflexionar. Paciencia
es liberarse de la angustia por lo inmediato, por lo rápido, por lo que
tiene que ser ya.
Para mí la paciencia resuena con paz y no con pasividad.
¿Qué importancia tiene en la crianza de los hijos?
Pienso en primer lugar en dos razones, la primera es que como adultos
tenemos poder sobre los niños y eso nos coloca en riesgo de llegar a
forzar, abusar, invadir, someter, avasallar llevados por la premura de
nuestras angustias o de las exigencias que nos hemos impuesto acerca de
cómo deben ser las cosas para que estén bien. La otra razón es que la
crianza es un asunto de procesos, de tiempos, de maduración y de
interacción con otro ser humano que va conformando sus propios deseos y
su voluntad.
¿Por qué a los padres se nos hace tan difícil ser pacientes con nuestros hijos?
Tal vez haya infinitas razones, tantas como madres y padres existen.
Entre las dificultades más frecuentes mencionaría que no fueron
pacientes con nosotros en nuestra niñez, que obramos presionados por
ideales y mandatos, los cuales están en nuestra realidad psíquica pero
no se corresponden con la realidad de los hijos, que asumimos las tareas
parentales con mucha angustia, que nos aferramos a la autoridad como
eje del rol que pretendemos cumplir en la crianza, que le tenemos miedo a
no controlar todo y aceptar que muchos procesos de desarrollo tienen un
curso propio que no se puede ni debe forzar.
¿Qué podemos hacer para que la paciencia nos acompañe de un modo
genuino y sostenible durante las exigencias diarias que demanda la
crianza de los hijos?
En primer lugar integrarla como parte de nuestra vida en todos los
ámbitos, no se puede ser paciente con los hijos si se vive con prisa
azorada en el trabajo, el tráfico, el estudio o las tareas domésticas.
También pienso que puede ayudar darle más tiempo a escuchar, observar,
reflexionar en lugar de estar siempre actuando “en automático”.
¿Cómo se cultiva la paciencia?
La pregunta contiene una afirmación clave, la paciencia se cultiva,
esto quiere decir un trabajo constante por alcanzar los frutos que ella
ofrece. No es algo que baja del cielo o que se compra, tampoco se impone
o se decreta. La paciencia es resultado de un trabajo de
reconocimiento y transformación de nuestras emociones, impulsos, deseos,
fantasías y formas de percibirnos a nosotros mismos y a los otros. Es
educarse en la disciplina de saber esperar, de confiar en el otro, de
apostar en resultados que no son inmediatos, de saber vivir y obrar con
lentitud.
¿De dónde sacamos la paciencia cuando sentimos que ya no nos queda ni un poquito?
Cuando sentimos que no nos queda ni un poquito es el momento de
parar, hacer una pausa, respirar. Lograr esa pausa es abrir un
paréntesis para dejar que surja otra cosa, otra idea, otra manera de ver
una situación, también para dejar que el otro diga y haga aportando su
respuesta y su solución. También hay que considerar que muchas veces no
es que se acabó la paciencia (otra vez la idea de algo que se adquiere o
se acaba), sino que nos encontramos muy frustrados, aburridos, molestos
o angustiados al percatarnos que no obtenemos el resultado que
esperamos, o por otras cosas que ocurren en nuestra vida cotidiana o
nuestro mundo psíquico.
¿Cómo reconducir las respuestas violentas hacia nuestros peques cuando nos sentimos desbordados?
Ante todo reconociendo que son respuestas violentas y no reacciones
legítimas y necesarias como usualmente se ven. Ayuda reflexionar y
revisar qué es lo que en cada uno/a lleva a la violencia (y tras de ella
el abuso del poder), las respuestas suelen estar en nuestra historia
con relación a las figuras de autoridad, en las ansiedades con las que
afrontamos los roles parentales, es decir en asuntos y procesos que no
tienen que ver con nuestros hijas e hijos pero que inconscientemente
descargamos en ellos. Es importante analizar esas conductas cuando
ocurren, si nos detenemos un momento a pensar no percatamos de que no
nos gustan, pero en lugar de relegarlas al olvido, es necesario
reflexionar: ¿qué me pasó? ¿por qué actúo así? ¿es necesario o
productivo? ¿de qué otra manera puedo intervenir en otra situación
análoga? Si tomamos los espacios para reflexionar y analizar
críticamente nuestros actos podremos ser menos impulsivos y disponer de
más opciones para elegir qué hacer ante una situación dada.
extraido de http://www.inspirulina.com/
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