BAJO PRESIÓN: “Presionamos tanto a nuestros hijos que no les dejamos elegir su camino”. Entrevista a Carl Honoré

marzo 14, 2013


“Los adultos secuestramos la niñez de forma nunca vista a lo largo de la historia y, desde el instinto de intentar hacer lo mejor para nuestros hijos, hemos caído en el exceso, lo que provoca un efecto negativo, tragicómico. Porque aún queriendo lo mejor, la forma en que educamos a nuestros les provoca problemas de salud mental, física…”
“Aplicamos la cultura del perfeccionismo, que tiene que ver con la del consumo, la que nos vende la idea de que todo tiene que ser perfecto, la casa, el cuerpo, las vacaciones, nuestros hijos… La cultura del managemet contagia toda nuestra vida”
“Los niños no están con los padres. Los padres despreciamos lo pequeño, lo simple, lo barato, y los niños lo que más necesitan es nuestra presencia, atención, que estemos. Esta es una línea fácil de cruzar. La mayor expresión del amor hacia nuestros hijos es estar con ellos”
“Nos sentimos mal si nuestro hijo no tiene un juguete electrónico de 85 euros, no sólo porque lo tiene el hijo del vecino, sino porque en la caja nos dice que es muy útil para su mayor desarrollo cognitivo. El mercado manipula nuestros miedos, nuestras angustias para vender más y más”
Carl Honoré
Carl Honoré es el escritor escocés que con su libro “Elogio de la lentitud” influyó en el nacimiento y la extensión mundial del movimiento SLOW, y del que publicamos la interesante entrevista “Vivir deprisa no es vivir, sino sobrevivir”.
Años después, y a raíz de una experiencia personal con su hijo al que le diagnosticaron “superdotado artísticamente”, pero que se negó a asistir a academias especiales y optó sólo por disfrutar dibujando, el autor emprendió un viaje de 2 años por toda Europa, América y Asia analizando la situación de la infancia en la actualidad.

Visitó colegios, guarderías, clubes deportivos, laboratorios y ferias de juguetes; se entrevistó con profesores, entrenadores, concejales, publicistas, policías, terapeutas, médicos y muchos expertos en desarrollo infantil, habló con cientos de padres y de niños, y seleccionó las últimas investigaciones científicas.
Y el resultado de ese trabajo se titula “Bajo presión: cómo educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente” y es un toque de atención y una denuncia al “SECUESTRO ACTUAL DE LA INFANCIA” en un mundo consumista y perfeccionista, pero alejado diametralmente de las verdaderas necesidades de los niños.
El libro no es un manual de crianza ni de educación, sino una radiografía de la situación actual, un alegato en favor del sentido común a la hora de criar a los hijos, de la importancia de la PRESENCIA de los padres, pero ocupándose y no preocupándose por los niños, y un llamamiento a frenar la presión social y los mensajes confusos de la industria publicitaria y de los medios de comunicación que no buscan la felicidad y libertad de los pequeños, sino su adoctrinamiento.
“La pérdida de confianza en la capacidad de educar a nuestros hijos sin recurrir a los manuales. En realidad, todos conocemos a nuestros hijos mejor que nadie, pero la cultura del perfeccionismo nos insiste en que en algún sitio hay una receta perfecta para educarlos, y eso es un mito, una mentira”
“La ONU advierte de que uno de cada cinco niños sufre algún desorden psicológico, y en Gran Bretaña cada 28 minutos un adolescente trata de suicidarse”
A continuación explicamos las 11 IDEAS PRINCIPALES de Bajo Presión:
1. Exceso de perfeccionismo y de vanidad en la educación. Se busca llenar la agenda de los escolares hasta límites abusivos de clases extra-escolares, deberes y actividades con prestigio que solo cansan y “machacan” a los niños y que, en muchos casos, refuerzan el ego de los padres que proyectan en ello posibles frustraciones personales.
2. Exceso de academicismo (hemisferio izquierdo) y poco espacio para trabajar las emociones y la libertad personal de los pequeños (hemisferio derecho).
3. Crítica a los materiales pedagógicos que prometen “genios”: tema que posteriormente se ha confirmado con el reembolso masivo de dinero a los compradores de “Baby Einsten” en EEUU.
“El mito central es que si una cosa es buena para el niño, más y más pronto es mejor. El famoso efecto Mozart (unos investigadores averiguaron en los años 90 que escuchar música de Mozart mejoraba el razonamiento espacial de los universitarios) inundó las guarderías de música de piano, incluso los hospitales del estado de Georgia enviaban a todos los bebés a casa con un CD con piezas de Bach y Mozart. Resulta que ese efecto no dura más de 20 minutos y no hay prueba alguna de que afine el cerebro de los bebés”
4. Reivindación del papel del JUEGO como prioritario para aprender a vivir: un discurso similar al que vimos con el experto Francisco Tonucci en “Se aprende más jugando que estudiando”.
“Los juguetes educativos que prometen muchos beneficios cognitivos al coste de 50 o 90 euros. Se ha demostrado que el juego básico, puro, sencillo, que hace un niño con un lápiz y un papel o una caja de cartón es mucho más fértil, sano y útil para su desarrollo cerebral. Pero hemos comprado la idea de que para que las cosas sean buenas tienen que costar más dinero, ser sofisticadas y llevar una marca. Existe una cierta arrogancia en esta generación, creemos que el mundo ha cambiado y que tenemos que cambiar la infancia”
5. Denuncia feroz al MARKETING INFANTIL que seduce y confunde a los niños a edades realmente precoces y que condiciona su comportamiento.
El consumismo ha entrado sigilosamente en cada rincón de las vidas de los niños, algo que parecía intocable. Sólo el simple hecho de dormir en casa de una amiga se ha convertido en estos momentos en una oportunidad para empresas publicitarias como la Agencia de Inteligencia Infantil, que patrocina fiestas en las que las adolescentes prueban nuevos productos y rellenan cuestionarios. Los trabajadores de McDonald’s visitan los hospitales para entregar a los niños juguetes y globos, así como folletos para promocionar su comida. Juntando estos datos, estimamos que muchos niños ven hoy día unos 40.000 anuncios al año”
6. Elogio al modelo educativo finlandés por sus resultados positivos, por retrasar la escolarización, por no tener deberes, por la formación de sus profesores y por la colaboración entre todos los estamentos sociales.
“El sistema finlandés antepone las necesidades de los niños a los ambiciosos deseos de padres y burócratas; tiene sus puntos débiles, pero demuestra que los niños que empiezan en el colegio formal con 7 años pueden ser muy exitosos, no hace falta que empiecen en párvulos

“Sí, pasan menos horas en el colegio que cualquier otro sistema en el mundo, tienen menos deberes, y otra forma de evaluar el aprendizaje, basada en la autoevaluación y los informes de los profesores, que son muy elaborados. Fuera del colegio no existe la industria de clases particulares, por tanto los chicos tienen mucho más tiempo para relajarse y también para procesar lo que han aprendido en el aula. Los maestros tienen una formación genial y los padres y los burócratas les tienen confianza, no tienen que estar pendientes de lo que dice el Ministerio de Educación en cada momento, tienen libertad para trabajar con sus alumnos. Está muy bien que los alumnos aprendan tecnología suficiente e idiomas para enfrentarse al mundo, pero lo más importante es crear niños y luego adultos con pasión por aprender, descubrir, seres humanos completos.
7. Crítica a la CAUTIVIDAD a la que se somete a la infancia-juventud que va “de casa al cole atada en el coche” y a la que no se le permiten juegos de expresividad como antaño, lo que favorece el exceso de sendentarismo y la obesidad.
Esta estricta supervisión llega al extremo de que algunos padres controlen al milímetro la vida de adolescentes y universitarios: elección de la carrera, instalaciones, trabajos, etc. El autor los llama “padres helicópteros” que planean sobre sus hijos asfixiando su capacidad de decisión, la conexión con su interior y la inmadurez.
“Cuando los adultos controlan al milímetro la infancia de los niños, éstos pierden todo lo que da satisfacción y sentido a la vida: pequeñas aventuras, disfrutar del sentimiento anárquico, viajes secretos, juegos, contratiempos, momentos de soledad e incluso de aburrimiento. Sus vidas se convierten en extrañamente sosas, sin logros personales y en cierta medida aburridas y artificiales”

“Sí, las preocupaciones sobre la seguridad de los niños han llegado al paroxismo. Otra escuela de enseñanza primaria de Attleboro, Massachussets, concluyó que el corre que te pillo suponía un riesgo para la salud y lo prohibió, le imitaron varios colegios. En muchas escuelas de Canadá y Suecia se han prohibido las peleas con bolas de nieve por cuestiones de seguridad. Profesores de todo el mundo informan de que, cuando las clases se van de excursión al campo, algunos padres les siguen en coche para asegurarse de que el pequeño está bien”
8. Burla al exceso de manuales y consejos de educación tipo Super Nanny porque hacen perder la confianza de los padres en sí mismos. Aquí habría que matizar o profundizar, porque en un mundo donde el instinto está muy atrofiado y el conocimiento social de las necesidades de los bebés/niños pequeños es escaso y equivocado, acceder a unos buenos libros/referencias de crianza puede ser útil e importante.
9. Denuncia de la MEDICACIÓN INFANTIL y la pandemia de consumo de Ritaline, la mejor metáfora de este secuestro de la infancia al que se refiere el autor en toda su obra.
“Hemos profesionalizado la paternidad, todo muy bien intencionado, pero no funciona. Para mantener el ritmo de ese exceso de actividad y exigencias sociales, los niños acaban medicados. El famoso Ritalin, un psicotrópico para frenar la hiperactividad, ha llegado a niveles epidémicos (más de seis millones de niños lo consumen en EE.UU.). Y hay un dato relevante: la depresión, la ansiedad infantil, el abuso de drogas y el suicidio son fenómenos más comunes en las clases adineradas que en las clases más humildes”

“A muchos niños se les diagnostica déficit de atención e hiperactividad por motivos equivocados: en la actualidad, antes que cambiar el entorno donde vivimos, preferimos alterar nuestros cerebros para que se adapten al entorno. Consideramos la timidez, la tristeza, la duda, la culpa o la ira como enfermedad en lugar de rasgos inherentes a la condición humana. De hecho, cada vez más padres llevan a sus hijos de uno o dos años al psicoterapeuta para que les curen las rabietas”
10. Defensa de que los padres pasen MÁS TIEMPO con sus hijos, una demanda imprescindible que se extiende entre los profesionales y los padres como vimos en este manifiesto.
11. Defensa del SENTIDO COMÚN, la flexibilidad, el amor, el respeto y la toma de conciencia de que nuestros hijos no son “trozos de barro a los que moldear” a nuestro gusto, sino personas a las que acompañar en la vida.
En resumen, un buen tirón de orejas a una sociedad que navega con la brújula estropeada y que muestra con su “niños hiperactivos, deprimidos, obesos, violentos e insatisfechos” que ha llegado el momento de cambiar de rumbo.
“Hay que recuperar la confianza, dejar de lado el ruido, el pánico de fuera y buscar nuestro propio equilibrio. Todos los padres tienen la sensación de que están en la locura, pero todos tenemos miedo de dar el primer paso: “Si yo reduzco la presión, mi hijo fracasará”, así que es bueno conversar con otros padres y sumar. Pero mi conclusión es optimista, nos estamos dando cuenta que hemos perdido el norte y de que ha llegado el momento de agarrar el péndulo y devolverlo al centro”
Y estas son las palabras de Carl Honoré en una entrevista titulada “Los límites son necesarios porque dan seguridad al niño”, publicada en La Vanguardia el 21-10-2008:
Su libro no es un manual para padres, sino una denuncia de la sobreestimulación a la que están sometidos los niños hoy.
Sí. Los adultos secuestramos la niñez de forma nunca vista a lo largo de la historia y, desde el instinto de intentar hacer lo mejor para nuestros hijos, hemos caído en el exceso, lo que provoca un efecto negativo, tragicómico. Porque aún queriendo lo mejor, la forma en que educamos a nuestros les provoca problemas de salud mental, física…
Tal vez lo que se intenta es prepararlos de la mejor manera posible para que puedan sobrevivir en una sociedad muy competitiva.
Trasladamos a nuestros hijos la filosofía laboral ¿Cómo lo hago para mejorar algo, en este caso a nuestros hijos? Aplicamos la cultura del perfeccionismo, que tiene que ver con la del consumo, la que nos vende la idea de que todo tiene que ser perfecto, la casa, el cuerpo, las vacaciones, nuestros hijos… La cultura del managemet contagia toda nuestra vida, y todo acaba reducido a objetivos y metas. Tenemos miedo, pero no somos capaces de darnos cuenta de que las incertidumbres y las dudas son ingredientes básicos de la tarea de educar a los hijos.
También sucede que los padres proyectan en sus hijos sus propias frustraciones.
Muchos padres viven a través de sus hijos. Sus éxitos son los nuestros y sus fracasos también. Estamos demasiado involucrados en la vida de nuestros hijos. En cierto modo los chicos han pasado a ser mi mismo yo, un proyecto de vanidad. La línea entre padres e hijos se borra, la familia se democratiza, y eso está muy bien pero, a la vez, desaparece la línea que divide el papel de cada uno. Cuando eso pasa, algo tan importante como la disciplina, las reglas, el saber decir “no”, lo tiramos por la ventana. Los niños necesitan límites para sentirse seguros y también para desenvolverse en la sociedad y para relacionarse con los otros.
Puede ser que los padres se preocupen por sus hijos en lugar de ocuparse de ellos.
Esta es mi tesis. Los niños no están con los padres. Los padres despreciamos lo pequeño, lo simple, lo barato, y los niños lo que más necesitan es nuestra presencia, atención, que estemos. Esta es una línea fácil de cruzar. La mayor expresión del amor hacia nuestros hijos es estar con ellos. Cuando la paternidad acaba siendo un cruce entre el desarrollo de un producto, un proyecto laboral, y el deporte de competición todos salimos perjudicados, padres e hijos, porque nos estamos negando los principales placeres, como compartir, estar, reír…
¿Conocerse?
Sí, conocerse. La paternidad es un viaje hacia el descubrimiento y como todos los viajes comporta incertidumbres, dudas, errores. La gente que acepta eso transforma la paternidad y la maternidad en una aventura muy rica, mucho más interesante eso que fabricar un producto. El resultado entonces son niños más completos y más sanos.
Los docentes se quejan de que no pueden con los niños porque llegan sobreprotegidos de casa.
No sólo eso. Los niños no aceptan las normas pero tampoco las críticas. Estamos en un cambio cultural muy amplio, que es el de la cultura del no envejecer nunca, la glorificación de la juventud, del “peterpanismo”. Es bueno salir de esa idea de que el mero hecho de ser padres nos limita la vida, pero nos olvidamos o tiramos por la ventana la de que padres e hijos tienen papeles diferentes. Los profesores están en una especie de callejón sin salida. Los niños no saben comportarse y los padres no saben lo que quieren, siempre están preocupados. Tenemos muchas señales de que hemos perdido la brújula y el control en la crianza de nuestros hijos. Lo veo en el entorno social de Londres. Los padres siempre están vigilando el colegio con lupa, pendientes de que la maestra se equivoque. Siempre están como helicópteros sobrevolando el colegio, y eso a los chicos les hace daño, les perjudica y les preocupa. Tienen miedo, por ejemplo, de que su padre les mire los deberes. El empeño en darles lo mejor, hacer de ellos los mejores, es lógico, pero les estamos negando algo muy importante, y es que aprendan a zafarse de situaciones complejas y difíciles, en las que no serán los mejores. Con nuestra actitud les impedimos a que aprendan a desenvolverse bien en la vida.
¿A usted le enseñaron a ello?
Yo tuve una educación bastante buena en Canadá, y aunque también me vi inmerso en alguna situación que no me gustaba, mis padres no intervinieron, dejaron que me espabilara. En los últimos años de bachillerato tuve un profesor de Biología al que odiaba, pero tenía que seguir estudiando la asignatura para acabar el bachillerato. De esa experiencia aprendí muchas cosas, entre ellas a llevarme bien con alguien que no me gustaba. Si a nuestros hijos siempre les damos las circunstancias perfectas no les preparamos para el mundo real.
¿Nos preocupamos en exceso la formación académica y deportiva de nuestros hijos y nos olvidamos de la emocional?
Es que lo académico y lo deportivo es más fácil y el saldo es más visible. La empatía, la generosidad, la solidaridad no las puedes poner en un currículum. Educar en esos valores es más difícil y costoso. Uno de los resultados de obsesionarse con la hiperactividad de los hijos es que refuerza el egoísmo y se ve al otro como un rival, como alguien que le puede quitar el puesto en la universidad, en el equipo de fútbol… Estamos creando consumidores egoístas y eso debemos cambiarlo. El mercado pide personas creativas, que sepan trabajar en equipo y nosotros estamos educando chicos que no saben hacer eso. El futuro está en la creatividad y ni nuestro sistema escolar ni nuestra sociedad los forma para ello, al contrario. Son chicos que siempre tienen la respuesta correcta, no saben crear, sólo aprenden la receta que les enseñamos. Hay que tirar la receta y darles espacio para ser creativos.
Los padres no ponemos límites pero buscamos “súper nanis” para que los pongan por nosotros o nos enseñen a ponerlos. ¿Tenemos miedo a enfrentarnos con nuestros hijos?
Hemos llegado al punto de contratar a consultores en paternidad. Volvemos al miedo, que está en la raíz de este momento cultural. Hemos perdido la confianza en ser padres. Cuando los niños nacen ya nos hemos leído 50 libros sobre la paternidad, hemos ido a clases, nos hemos empapado de artículos sobre ello. Este bombardeo de consejos, a veces contradictorios, hace que nuestra confianza sea mucho más vulnerable. Se supone que el objetivo de toda esta industria es dar más confianza, pero paradójicamente hemos perdido la capacidad de buscar la voz interior que todos llevamos dentro. Conocemos mejor a nuestros hijos que nadie, sin embargo los educamos como si nos hiciera falta leer un manual de instrucciones o mirando lo que hace el vecino. Nos dejamos llevar por la corriente de pánico y perdemos esa voz interior. El libro lo escribí para recuperar la confianza en mi mismo como padre.
¿La ha recuperado?
Sí.
¿Ha mejorado la relación con sus dos hijos?
Sí. Me siento más relajado con ellos, no estoy tan apurado. No estoy siempre atento, les dejo más a su aire y la verdad es que tienen pasión por lo que hacen. Mi hija, por ejemplo, baila flamenco. Le encanta y disfruta.
¿También hacen actividades extra escolares?
Sí, pero las que les gustan. Con frecuencia los chicos hacen las actividades extra escolares que sus padres quieren o, en el caso de los adolescentes, para armar un currículum impecable.
¿Los niños son más felices ahora que antes?
Es muy difícil responder a eso. Hay muchos indicios de que no, y eso se ve en el aumento de los problemas psicológicos y la enorme cantidad de chicos que reciben medicamentos para controlar su estado de ánimo. Eso es muy mala señal. Hay una gran felicidad falsa, tanto entre adultos como entre niños, que es un producto del consumismo. Compramos un ipod nuevo o la última minifalda de Prada para ser felices, pero ¿eso genera felicidad? No. Es una felicidad artificial, poco profunda, no duradera. Espero que la crisis financiera nos ayude a resituar este materialismo sin límites al que hemos llegado y nos haga reflexionar. Despreciamos lo sencillo, lo cómodo, lo simple, ese palito con el que nuestro hijo puede jugar durante horas. Nos sentimos mal si nuestro hijo no tiene un juguete electrónico de 85 euros, no sólo porque lo el tiene el hijo del vecino, sino porque en la caja nos dice que es muy útil para su mayor desarrollo cognitivo. El mercado manipula nuestros miedos, nuestras angustias para vender más y más. ¿Qué pasará ahora cuando la gente deje de tener tanto dinero? Con un poco de suerte recuperaremos el palito y nos daremos cuenta de que eso sí tiene un efecto sobre el desarrollo cognitivo del niño.
Entre esa actitud excesiva y el pasar de los niños, no hacer nada, ¿dónde esta el punto intermedio?
Esta pregunta es incontestable. El punto de equilibrio es distinto en cada caso. No hay una actitud perfecta. Ahora estamos en el exceso y de lo que se trata es de trasladar el péndulo hacia el equilibrio. Yo no puedo decir a la gente lo que tiene que hacer, pero sí apuntar los indicios que indican cuando no se está en la buena dirección. Cuando los niños no hablan de las actividades extraescolares, cuando tienen ojeras, problemas de salud, duermen mal o se duermen en el coche entre actividad y actividad, es que algo no va. Hay que poner límites a la presión social y tratar de ubicar la brújula personal de cada uno para que tu hijo haga lo que más le convenga a él y no al vecino o a tu compañera de oficina. Hay que aplicar el sentido común.
Ese sentido común no siempre se encuentra.
Ser padre es difícil, duro y agobiante. No es un sueño de vacaciones. El problema es que en lugar de pensar y aceptar que todo saldrá bien, invertimos en el lugar equivocado.
Foto de la izquierda: Santiago Valenzuela en El País
Vía entrevista: La Vanguardia
Más información: El Magazine de La Vanguardia
Más información: El País
Articulo publicado en: http://www.elblogalternativo.com
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