Mamás Solas. Por Laura Gutman
enero 24, 2013
Somos muchísimas las
madres en el mundo que criamos solas a nuestros hijos, es decir, sin
convivir con nadie más que el niño. La mayoría de nosotras no deseó en
principio esta situación, y la hemos asumido frecuentemente sin saber
muy bien cómo nos arreglaríamos. Puede haber acontecido que hayamos
quedado embarazadas de una relación ocasional y sin embargo hayamos
sentido que por algún motivo misterioso, ese ser había sido engendrado y
estábamos en condiciones de albergarlo, nutrirlo y llevar adelante el
embarazo y el parto. Otras veces puede haber sucedido que el embarazo
haya sido planeado dentro de la pareja pero el proyecto de seguir juntos
no pudo perdurar, y por lo tanto hemos asumido continuar con el
embarazo a pesar de la pérdida del hombre amado, el dolor o el
desamparo. En muchas otras ocasiones, quizás las más frecuentes, se
produce una separación o un divorcio con hijos ya nacidos. Puede suceder
que el padre abandone definitivamente a la cría, por los motivos que
sean, y las madres asumamos no sólo la crianza sino también la
supervivencia de los hijos en términos económicos. La mayoría de las
mujeres, aún en situaciones de riesgo, de falta de dinero, de inmadurez
emocional o de soledad, permanecemos con nuestros hijos.
Para que abandonemos
a los niños, la desesperación, el sentirnos al borde del abismo, la
soledad extrema y el miedo tienen que inundar nuestras vidas. En cambio,
si tenemos un mínimo registro de nuestras capacidades nutricias, si
tenemos confianza en nosotras mismas, y sobre todo, si somos receptoras
de apoyo y cobijo, permaneceremos con nuestros hijos aún en condiciones
muy desfavorables.
La soledad es quizás
el peor panorama para criar niños. Sin embargo, más allá de todas las
dificultades reales y muy concretas, ser “mamá sola” posee algunas
ventajas. La principal ventaja es que sabemos que estamos solas. Y los
demás también lo saben. El hecho que la soledad sea palpable y visible,
nos permite pedir ayuda al entorno con relativa sencillez. Esto que
parece una obviedad, no lo es cuando vivimos en pareja. A veces el
sentimiento de soledad es inmenso estando dentro de un matrimonio, pero
en esos casos no es fácil reconocerlo y mucho menos que el entorno nos
registre “solas” y necesitadas de recibir compañía y sostén.
Cuando
criamos solas a los niños, y cuando además trabajamos porque somos las
únicas generadoras de dinero, no tenemos más remedio que contar con los
demás. Algunas mujeres recibimos apoyo de nuestras familias, donde el
sostén se constituye naturalmente: pueden ser nuestras madres o nuestros
padres que estén presentes, que ofrezcan ayuda económica, o incluso que
en su función de abuelos cuiden directamente a los niños. A veces hay
una hermana que actúa como soporte, un grupo de amigas solidarias, o una
red laboral que equilibra la soledad y la resolución de problemas
domésticos. Hay circunstancias donde estamos en condiciones de pagar
ayuda doméstica o un canguro durante muchas horas del día. O existe una
madrina del niño que se compromete una vez por semana a ocuparse de él.
El jefe de la oficina se torna especialmente solidario porque sabe que
somos “madre sola”. Nuestras amigas se organizan los fines de semana,
nos invitan a reuniones y preparan los festejos de cumpleaños de
nuestros niños. Lejos de ser una situación ideal, rescatemos el hecho de
que la “soledad” es clara para todos, principalmente para nosotras. Y
desde esa claridad, podemos actuar en consecuencia.
Casi
todas las personas devenimos solidarias con una madre sola criando a
sus hijos, porque todos podemos imaginar el enorme esfuerzo que conlleva
y los obstáculos que en la vida cotidiana tiene que sortear la madre
para cumplir con la diversidad de roles, y para que los niños estén bien
cuidados y atendidos. Esa solidaridad colectiva, es posiblemente uno de
los principales provechos. Y si ésa es nuestra realidad, vale la pena
tomarla en cuenta.
Hay algunas otras
ventajas menores: Cuando el bebe es pequeño, las madres podemos tener
–si somos emocionalmente capaces- toda la disponibilidad afectiva para
con el niño. Porque no habrá demanda por parte del varón de atención
hacia él, ni de cuidados, ni de escucha, ni requerimientos domésticos.
Es decir, si somos capaces de fundirnos en las demandas y necesidades
del otro, será completamente en beneficio del niño pequeño en lugar de
“dividirnos” entre los pedidos de unos y otros. Este tampoco es un tema
menor, aunque no estemos acostumbradas a hablar abiertamente sobre las
ambivalencias a la hora de atender a la pareja cuando reclama atención y
cariño mientras el pequeño bebé espera su turno. Este “agotamiento”
deseando satisfacer necesidades ajenas suele ser muy frecuente cuando
estamos en pareja, y mucho más liviano cuando “sólo” nos ocupamos del
bebé.
Otro hecho que se da
mucho más naturalmente cuando estamos solas, es el dejarse fluir en el
contacto corporal con el niño, especialmente por las noches. Cuando el
cansancio nos agobia, cuando sólo queremos dormir y no tenemos más
fuerzas, cuando el niño llora pidiendo contacto y caricias…pues no hay
nadie para decirnos qué es lo correcto hacer o no hacer. No hay nadie
para opinar a favor o en contra, nadie para dar consejos, nadie para
ayudar pero tampoco nadie para interponerse. Simplemente nos tumbamos en
la cama con el niño en brazos, tratando de dormir cuanto antes. Con el
niño aferrado a nuestro cuerpo y sin molestar a nadie.
Parece una obviedad
pero no lo es. La mayoría de las madres que vivimos en pareja y que
quisiéramos intentar dormir por las noches trayendo a los niños a la
cama, solemos encontrarnos con la negativa del varón, ya sea por
prejuicio, por miedo, por incomodidad o por sentirse afuera del vínculo.
En cambio, las mamás solas –en circunstancias similares- podemos
decidir unilateralmente el mejor modo de atravesar las noches, que
–todas lo sabemos- pueden constituir la parte más dura en la crianza de
los niños pequeños.
Por supuesto que
estar sola en la crianza y en la vida cotidiana, no es maravilloso ni
mucho menos. Todos necesitamos compañía, interacción y diálogo. Y mucho
más si estamos criando niños pequeños. Por lo tanto, si no tenemos
pareja, nos veremos en la obligación de imaginar otros tipos de sostenes
y ayudas, para que nuestra experiencia maternal sea lo más feliz
posible y para que los niños reciban el amor y el cobijo que merecen.
Personalmente, creo
que la mejor opción cuando no hay varón o no hay varón sostenedor, es la
red de mujeres. Tengo la certeza de que hemos sido diseñados como
especie de mamíferos para vivir en comunidad, y que a lo largo de la
historia hemos constituido tribus o aldeas para compartir la vida. Hoy
en día los grandes centros urbanos se han convertido en el peor sistema
para criar niños, ya que las madres estamos cada vez más solas y
aisladas, por lo tanto los niños tienen pocas personas a quienes
recurrir en sus rituales cotidianos.
Necesitamos
reinventar un esquema antiguo pero con parámetros modernos, siempre y
cuando haya un conjunto de mujeres criando niños. No importa cuántas ya
que una sola madre no logra criar a un niño. Pero cinco madres juntas
pueden criar a cien niños. El secreto está en el conjunto, en la
solidaridad, la compañía y el apoyo mutuo. Ninguna mujer debería pasar
los días a solas con los niños en brazos. La maternidad es fácil cuando
estamos acompañadas. No juzgadas ni criticadas ni aconsejadas.
Simplemente junto a otras personas, en lo posible junto a otras mujeres
que estén experimentando el mismo momento vital. Cuando las mujeres
estamos intercambiando conversaciones, bromas, llantos o recuerdos con
otras madres, nos resulta muy liviano permanecer con nuestros hijos. En
cambio, cuando estamos solas, creemos que no somos capaces y suponemos
que deberíamos dejar a los niños al cuidado de otras personas para
“ocuparnos de nostras mismas”. Frecuentemente no registramos que el
problema está en la soledad de permanecer junto al niño. No en nuestra
incapacidad para amarlos.
Por eso, insisto, es
responsabilidad de las mujeres reconocer que necesitamos volver a
juntarnos. Que si funcionamos colectivamente y dentro de circuitos
femeninos, la maternidad puede resultar mucho más dulce y suave. Y que
“mamá sola”, es aquella que no es comprendida, apoyada ni incentivada,
aunque conviva con muchas personas. Y “mamá acompañada” puede ser una
mujer que no tenga pareja, pero que sin embargo cuente con el aval de su
comunidad.
Laura Gutman
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