Únicamente se puede amar lo imperfecto.
julio 02, 2017Las madres perfectas no existen y eso asegura la salud de los hijos, que muchas veces avanzan, crecen y aprenden justamente por las “grietas” de la madre. Lo mismo ocurre con la pareja, sólo podemos amar a una pareja imperfecta, humana, porque la pareja ideal nos haría sentir absolutamente pequeños y sin espacio para aportar nada de lo nuestro, ni crear. En la imperfección del otro hay un espacio de acción, de aceptación y de comunión desde lo humano. Entramos a una relación de pareja desde la vulnerabilidad, y en nuestro corazón llevamos a nuestros padres, imperfectos. El afán de perfección, y el control que ello implica, oculta las ansiedades provocadas por el sentimiento de desamparo infantil e inseguridad. Por eso mismo una clave para las parejas es ver lo esencial del otro, reconocerlo. Verlo completamente, a él (ella) y su circunstancia, de dónde viene, qué ha ocurrido antes, qué río de historia lo trajo hasta aquí frente a nosotros para compartir un tramo de nuestro camino de vida. Qué intercambio sí es posible entre nosotros dos y a qué cosas debo renunciar en esta relación. Aceptando y reconociendo lo que es, es decir, la realidad y nuestro vínculo con ella, es que podemos tomar la vida en su plenitud. Y tomar la vida en su plenitud es nuestra única y primordial tarea. Es la forma de honrar la vida que, como sea, nuestros padres nos dieron. Digo “como sea” porque aquí intentamos excluir todo juicio o crítica, en principio, de cómo nos fue dada la vida, o qué ocurrió entre ellos. Voy más allá: ni siquiera importa, para el hecho de que yo esté viva, si hubo verdadero amor entre ellos. Hubo sexo, y eso basta.
Y ellos tuvieron el coraje de rendirse por unos segundos, a algo superior a ellos dos y sus voluntades, se rindieron a un impulso de vida, y eso generó mi propia vida. Por eso al tomar la vida tal cual nos fue dada, sólo deberíamos enfocarnos en ese hecho abstracto, luminoso y potente, y no en toda la caterva de palabras, imágenes, juicios, proyecciones y expectativas irreales que a veces nos entorpecen esta mirada simple y justa de nuestro origen: dos personas que se rinden a una fuerza mayor y se arriesgan a dar vida. Como una luz que los atraviesa y que llega a mi, me hace a mi, soy yo misma. Eso es “tomar la vida”, expresión que utilizamos muy a menudo en el marco de las Constelaciones Familiares. Respirar, aspirar profundo e internamente decir sí a lo que me fue dado, para poder tomar responsabilidad de mis elecciones futuras en libertad, y con la responsabilidad y el amor que esté a nuestro alcance. Y no se trata de una posición pasiva, todo lo contrario, recién desde esa base, es que podemos realizar los cambios que necesitemos para tener una vida más plena, y para, por ejemplo, “desidentificarnos” de aspectos negativos de nuestros padres o abandonar implicaciones familiares que nos dejan afectivamente atados a hechos y relaciones del pasado, sucesos ocurridos en nuestra familia que no han sido bien resueltos o “cerrados” (en el sentido gestáltico). Y que nosotros, generaciones después y movidos por un “amor ciego”, tendemos a repetir. “Traemos” esos sucesos al presente con el anhelo infantil de denunciar, hacer justicia, integrar algún hecho o persona que fue excluida, y lo hacemos mediante síntomas, repeticiones, fracasos… en fin, una serie de “actuaciones” que nos alejan de nuestra vida real y presente, nos sacan poder y libertad. La pareja implica una renuncia, por un lado es un momento de culminación, pero por el otro significa renunciar a las expectativas infantiles de afecto y seguridad.
Estar en pareja es también arriesgarse, dar un salto al vacío, a un nuevo escenario del amor, en el que otras cosas entran en juego, muy distintas a las que pusimos en juego anteriormente en la relación con nuestros padres y familia de origen. La paradoja es que la mayor parte de los conflictos de pareja justamente tienen que ver con la traslación de aquellos mecanismos arcaicos a la relación actual.
Otro escenario, mismos fantasmas. Los traumas infantiles, las expectativas no cumplidas, se reflejan en la relación de pareja. Por eso cuando vemos relaciones muy “tormentosas” tendemos a pensar que lo que está en juego allí es algo del pasado no resuelto y reactualizado en la parejal. Incluso nuestra elección de pareja a veces se basa en esta necesidad de saldar algo con nuestros padres. En los pliegues de aquella persona amada se esconde la potencialidad de proyectarle aspectos de mi padre o madre, para recrear fuera de tiempo una situación anterior. Y todo esto con la ilusión infantil de que esta vez, funcione, que yo obtenga lo que quería o que pueda curar alguna vieja herida. Pero lo único que hago es repetir y repetir, alejando cada vez más a la persona que tengo delante (mi pareja) sintiendo más extrañeza, porque dejamos de ver quién es realmente esa persona, en todo este proceso Claro que nunca funciona. Entonces exigimos demasiado a la pareja, olvidamos que la pareja es solamente un área de nuestra vida. En el máximo de esta confusión empezamos a pedir cosas a nuestra pareja que en realidad son reclamos disfrazados a nuestros propios padres. La pareja entonces se siente desbordada con esos reclamos que son demasiado exigentes o simplemente imposibles de complacer.
Entregarse en una relación de pareja implica mirar al otro hasta VERLO completamente. Y verlo completamente nos coloca en la posición de elegir. Y cuando elegimos estamos diciendo algo así como “bien, hay cosas que serán posibles entre nosotros y las recibo en mi corazón. También sé que hay cosas que no serán posibles entre nosotros, y renuncio a ellas por nuestro amor”. En toda pareja debería haber un equilibrio entre el dar y el tomar de cada uno. Si uno sólo da y el otro sólo recibe (esto sería un extremo) el que recibe no se siente a la altura de su pareja, y tenderá a irse, ser infiel, o hacer lo posible para que falle. Y por otro lado el que da, con su imposibilidad de recibir, quedará solo reforzando su idea de que nadie puede complacerlo, simplemente porque (por ejemplo) es demasiado exigente y nunca se entrega verdaderamente en una relación.
Entonces queda escondido tras el “generoso” gesto de dar. Uno agobiado y el otro exhausto y sólo, van camino a la separación. Sólo un equilibrio en estos aspectos e ir rotando en estos roles, dan el movimiento y la salud necesaria para una relación. Es decir: uno no puede dar más de lo que el otro puede “tomar”, y no puede tomar o pretender recibir más de lo que el otro pueda dar. Esto implica una limitación en la relación de pareja, y el reconocimiento de esta limitación calma (otra vez) los anhelos infantiles e irreales. De modo que cuando uno pide algo a su pareja debería tratarse de un pedido sencillo, fácilmente decodificable y concreto, de modo que el otro no se vea exigido a adivinar, suponer, interpretar los deseos de su pareja. Pero a veces las parejas vienen de otras relaciones anteriores, familias anteriores. En este caso es importante abandonar al sistema anterior. Siempre el más importante es el sistema creado por último. La última esposa (o esposo) es más importante que la anterior o las anteriores. Pero para que esto sea así, debemos reconocer, valorar, honrar a los que me precedieron. (En este punto me sigo refiriendo a las relaciones de pareja, y por el momento excluyo el tema del lugar de los hijos) Porque los que me precedieron, de alguna manera, dejaron un lugar para que yo lo ocupe actualmente, y ninguna relación es posible sin esta conciencia de los anteriores, que de alguna forma continúan formando parte del sistema actual, aunque con una jerarquía diferente.
De modo que la primera pareja es siempre la primera pareja, y eso debe ser tomado así. Otra de las situaciones que vemos frecuentemente en las constelaciones familiares de pareja, son las dificultades que tienen para entregarse a una pareja tanto las “niñas de papá” como los “niños de mamá”. ¿De qué se trata? Sabemos que el amor de los niños por el sistema familiar y su pareja de padres es muy grande, tan grande que hacen muchos movimientos con la mejor intención de que todos se mantengan unidos y tenidos en cuenta. A muchos de estas acciones de los niños, las vemos como movidos desde un “amor ciego”. Si la madre no está disponible para el padre, la hija de alguna manera “cuida” al padre, va ocupando el lugar de madre al lado del padre… y así no hay lugar para una pareja para ella. Este movimiento en principio lo hace basada en un sentimiento de amor, para intentar lograr un equilibrio en la pareja de padres y de ese modo que la pareja no se rompa. A ellas las llamamos “hijas de papá”. Pero si el que no está disponible es el padre, el niño se queda al lado de la mamá. Y la manera de permanecer profundamente al lado de la madre es no concretar ninguna pareja. Entonces puede ser que elija hombres como parejas, o que sea extremadamente mujeriego, etc.
En todo caso son muy seductores porque conocen bien el mundo femenino, el mundo de su madre del cual no terminan de salir. Es común que una “niña de papá” forme pareja con un “hijo de mamá” porque de esa manera en realidad no abandonan sus sistemas familiares originarios. Es una relación de cuatro personas. Joan Garriga (terapeuta gestáltico español y constelador familiar) desarrolla algunos puntos que considera claves para el desarrollo de una pareja y que quiero reseñar aquí, brevemente: 1) que fluya, que sea fácil. Caracteres demasiado apasionados, atormentados, etc, esconden niños haciendo reclamos a sus padres. 2) naturalezas compatibles 3) que sean compañeros, que puedan contar uno con el otro en buenos y malos momentos. 4) que haya confianza, saber que el otro me cuidará cuando lo necesite y cumplirá con sus compromisos. 5) desear espontáneamente que el otro sea feliz, en vez de desear que el otro me haga feliz o que yo haga feliz al otro.
También habla de etapas:
Enamoramiento Es la etapa en que no nos vemos completamente, vemos una ilusión o una parte de la realidad de otro, la que encaja en nuestra necesidad de ese momento. La otra persona nos moviliza mucho afectivamente, y en ese “movimiento” no logramos verlo claramente.
Realidad Abrimos los ojos a la realidad cuando empezamos ver a la otra persona en todo su contexto, ensanchamos la mirada hacia aspectos que no habíamos percibido al principio y que ya no nos gustan tanto, no nos “movilizan” tanto, al quedarnos un poco más “quietos” enfocamos mejor la mirada.
Compromiso Este es un momento crucial. Antes de esta etapa se producen la mayoría de las separaciones. Pero si veo al otro y logro aceptarlo en toda su realidad, hago un nuevo compromiso que es seguir juntos ahora sabiendo quien es y qué puede dar, y a qué cosas puedo renunciar, qué expectativas estoy dispuesta a dejar en el camino. “Entre nosotros hemos creado algo que tiene más peso que nuestras parejas anteriores y nuestra familia de origen”
Entrega Esta etapa es la consecución de la anterior, al tomar ese compromiso, esa decisión, hago un nuevo movimiento: tomo a mi pareja tal como es y me entrego a ella, y al hacerlo también me entrego a aquello que la dirige, a una fuerza superior a cada uno de nosotros. Al comprender todo esto que aquí desarrollamos, claramente queda derribada la ilusión de que en la pareja existe algo así como el “amor incondicional”. El amor de la pareja está condicionado a la necesidad de un cierto equilibrio entre pares. El amor incondicional sólo puede darse de padres a hijos.
Para estar en pareja debemos renunciar a todas nuestras imágenes internas y aprendidas de “cómo debería haber sido” para entregarnos a una corriente nueva, desafiante y amorosa.
Por Adriana Filgueiras
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