Maltrato en la infancia. Obra de Alice Miller.

mayo 28, 2017



Alice Miller es una psicóloga suiza conocida por su trabajo sobre la infancia y, más concretamente, el maltrato infantil.

Algunos de los conceptos básicos elaborados por Alice Miller son:

Pedagogía negra: se refiere a una educación cuya finalidad es despedazar la voluntad del niño y hacer de él un súbdito obediente, ejercitando de manera evidente u oculta el poder, la manipulación y el chantaje. Un ejemplo serían los métodos para “enseñar” a los niños a dormir, ya que el objetivo final es educar en la obediencia desde los primeros meses.

Testigo servicial: es la persona que da apoyo, a veces incluso sin saberlo, al niño maltratado, ofreciéndole una especie de contrapeso en la crueldad que ejercen sus cuidadores más cercanos. Puede ser cualquier persona de su entorno: un abuelo, un profesor, un vecino, un hermano. Con gran frecuencia, suelen serlo estos últimos. Ofrecen simpatía y amor al niño, sin intención de manipularlo con objetivos pedagógicos, le dan confianza y le transmiten la impresión de que no es malo y merece amabilidad. Gracias a este personaje, el niño aprende lo que es el amor y, a veces, consigue conservar en su interior amor, bondad y otros valores. Sin esta figura, el niño exalta la violencia y más adelante recurrirá a ella con mayor o menor brutalidad.

Testigo iniciado: en la edad adulta, un papel similar al del testigo servicial lo puede tener alguien que sí es consciente del mismo. Se trata de una persona que conoce las consecuencias del estado de abandono y maltrato infantil infligido al niño, de expresar empatía y de ayudarle a comprender mejor los sentimientos de miedo y de impotencia, para aprovechar mejor las posibilidades que tiene el adulto. Pueden ser docentes, abogados, consultores o autores de libros (como la propia Alice Miller se considera).

Gran parte de la obra de Alice Miller busca demostrar la validez universal de los mecanismos para negar y eliminar el sufrimiento infantil. Atribuye gran importancia a las experiencias vividas en los primeros días y meses de vida, sin negar el papel de las experiencias sucesivas. Es más, la presencia de personas empáticas es fundamental para quien sufre. Pero el adulto que ha sido niño maltratado sólo consigue sentir empatía si es consciente de lo que las antiguas privaciones han implicado para su persona y si no las subestima.


Medicina antes que conocimiento.

Según AM, la gente tiende a recurrir a menudo a la medicina para curar sus síntomas antes que ir a la raíz del problema. Ésta sería el maltrato en la infancia. El hecho de poder hablar sobre los sentimientos de ira, rabia, frustración, etc, sufridos entonces ayudan mucho más a la curación que la ingestión de fármacos.

La motivación del médico para tal comportamiento es la propia necesidad de ocultar el miedo y la impotencia para conservar su prestigio. Además, debería tener un conocimiento básico de la medicina psicosomática. La razón se niega a reconocer la verdadera naturaleza del maltratador (una figura cercana, como el padre o la madre) y tal rechazo origina la enfermedad, que continúa a manifestarse hasta que no se toma conciencia de la situación.

El proceso de cura necesita enfrentarse al trauma infantil y de deshacer los numerosos mecanismos de defensa que han sido erigidos para proteger al niño de un sufrimiento que, de otra forma, sería insoportable.

Castigos corporales.

AM defiende que tratar la infancia ayuda a tomar conciencia de la propia historia y entender por qué se siente todavía como una víctima necesitada de ayuda. Pero esto no implica que el adulto sea irresponsable de sus actos y de su comportamiento. Para AM la prescripción de fármacos es el remedio sólo cuando el paciente no está interesado en descubrir el origen de sus problemas.

No se avanza huyendo de la verdad que llevamos dentro, ya que nos acompañará siempre, nos hará sufrir, aumentará nuestra confusión y debilitará nuestro autoconocimiento.

Si a un niño se le hace creer que las humillaciones y torturas se hacen por su bien, seguirá convencido de ello por el resto de su vida. Por tanto, maltratará a sus hijos pensando de hacer lo correcto. Pero, ¿dónde terminaron la rabia, el furor, el dolor que tuvo que sofocar de pequeño cuando le pegaban asegurándolo que era por su bien?.

Un niño que recibe golpes no aprende a protegerse, sino a tener miedo. Y también aprende a ignorar el dolor, hasta casi no advertirlo y sentirse culpable. Y, ya que ha sido agredido cuando era indefenso, aprende a creer que un niño no merece ni consideración ni respeto ni protección.

Los mensajes erróneos depositados en el cuerpo serán la información básica con la que el niño construirá su imagen del mundo y de sí mismo. Cuando el niño sea incapaz de defender su propio derecho a la dignidad y el sufrimiento físico como señal de peligro, no conseguirá orientarse en función a ello. Sufrirá, por el contrario, su sistema inmunitario. El cuerpo conserva todos los recuerdos y el adulto no podrá librarse de ellos. Es más, de forma inconsciente, dominan toda su vida, su comportamiento, el modo de reaccionar a las situaciones nuevas y, sobre todo, la relación con los hijos.

Qué se puede hacer.

A menudo los adultos encuentran gran hostilidad cuando se ponen incondicionalmente de parte de los niños y los defienden. Con su comportamiento cuestionan un sistema entero que para otros es un marco de referencia seguro. El testigo consciente puede sufrir intimidaciones y rechazo.

Cuando, como padres, reproducimos el comportamiento erróneo de nuestros padres, AM aconseja no desesperarse. El adulto también sufrió dolor y ahora su gesto automático también lo provoca. Pero es mucho más fácil corregir un error si como tal se percibe y como tal se juzga. Lo importante es no decir a los hijos que se hace por su bien.

Otras soluciones que se pueden buscar es esforzarse en ser conscientes de lo que hemos vivido como niños, de las opiniones que hemos recibido acríticamente, comparándolas con nuestra percepción adulta. Esto ayuda a percibir las cosas de frente a las que éramos ciegos e insensibles para protegernos de la violencia del dolor hasta que no encontramos un testigo capaz de escuchar con empatía. En este contexto, es posible redescubrir el origen de las emociones infantiles eliminadas, encontrarles un sentido actual para nosotros.

Y recuerde, los datos científicos han demostrado que los niños pegados y castigados son más obedientes a corto plazo y más agresivos y destructivos a largo plazo.


Conclusiones.

El origen y las consecuencias del maltrato infantil son idénticas: la negación de las heridas sufridas en el pasado nos lleva a ejercer el mismo daño a las siguientes generaciones. A menos que no decidamos aceptar saberlo, reconocerlo.

El castigo genera miedo y, a menudo, produce en el niño un estado de torpeza que no le permite reflexionar tranquilamente, ya que el terror le invade, le sobrepasa.

La violencia se aprende en familia y en familia se continúa a ejercerla. Es un círculo vicioso que es necesario romper. Los niños que han sido respetados desde la infancia irán por el mundo con los ojos y las orejas bien abiertos y sabrán protestar con palabras y acciones constructivas contra la injusticia y la ignorancia.

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