VIENTRE DE MUJER y poder: el cuerpo demuestra lo poco liberadas que aún estamos…

marzo 29, 2017



En la actualidad, podemos apreciar el cambio estético en el cuerpo de la mujer. Desde las figuras paleolíticas a las tres gracias de Rubens, vemos cómo el modelo estético, lo que gusta o no, lo que consideramos hermoso y digno de admiración en el cuerpo de la mujer, es en la actualidad la práctica eliminación de los atributos maternales. Pero no siempre fue así.

Observemos el desarrollo de la estética de la mujer en occidente los años 50 siguiendo la estela de las grandes estrellas del cine. En los años cincuenta, la pantalla nos ofrecía un cuerpo de mujer voluptuoso: Gina Lollobrigida, Sophia Loren, Doris Day, Jane Mansfield, Kin Novak o Marilyn Monroe nos mostraban una mujer con caderas, vientre, pechos y curvas definidas.

Hasta los años sesenta. Entonces, la modelo Twiggy rompe con todos los moldes previos. Aparece un nuevo modelo de mujer: extremadamente delgada, adolescente, casi andrógina, con un cuerpo no desarrollado. Son los años sesenta, los años del despertar, de la búsqueda de libertades de la mujer, de cambios de normas y paradigmas. Es señalable que, cuanto más libre se hacía la mujer, tanto más cambiaba su cuerpo hacía lo rectilíneo. Una evidencia de que la libertad y la maternidad no parecían caber en el mismo cuerpo. Son los años de la liberación sexual.

Excepto el pecho, que se considera un fuerte objeto sexual en occidente (por encima incluso de su función de amamantamiento), el cuerpo de la mujer en la actualidad se imagina y desea sin curvas, sin caderas, sin glúteos y, sobre todo, sin vientre.

En el mundo de la moda y el espectáculo (los que marcan las tendencias e imponen modelos), el vientre femenino ha desaparecido. No existe. No está. Podría ser una anécdota sino fuera porque lo que oculta el abultado vientre de una mujer es un útero relajado.

El útero

Durante milenios de sociedad patriarcal, la mujer ha quedado supeditada al ultimo eslabón de la cadena de poder. Citando a
Casilda Rodrigáñez , podemos considerar que el patriarcado es una sociedad ordenada jerárquicamente, donde los hombres prevalecen sobre las mujeres (machismo), los adultos sobre los niños (educación) y los niños mayores sobre los pequeños (socialización).


Todas las mujeres hemos estado al final de esta escalera de poder: hemos sido mujeres y pequeñas, lo que significaba que cualquier hombre, adulto o niño (mayor o menor) ha prevalecido sobre nosotras. Son numerosas las cicatrices que el patriarcado ha dejado en nuestra alma… y en nuestro cuerpo.

Para la medicina tradicional china, el útero es el primer motor energético del cuerpo femenino. El útero bombea la energía vital-sexual por nuestro cuerpo, nos da fuerza y energía para vivir. Sin embargo, el tipo de educación recibida, la represion sexual y la sumisión que experimentamos las niñas pequeñas, nos obliga a hacer un gesto inconsciente: cerrar el flujo de energía que recorre nuestro cuerpo para poder adaptarnos al modelo de niña sumisa, obediente, callada, asexual, quieta, buena y complaciente.

No tener vientre es la señal de que el útero está en el interior encogido y tenso. De hecho, una de las primeras señales que tenemos de que el útero se está relajando es que sentimos que nuestro vientre se desborda, que se expande. Asoma entonces un vientre armonioso y bello que muestra el espacio del útero en nuestro interior. No es una barriga hinchada. Es el vientre que pertenece a la anatomía femenina (independientemente de si el resto del cuerpo está delgado o no). Cuando el útero está relajado, el músculo se distiende y ocupa una parte considerable de espacio en el cuerpo. Si está tenso, el músculo del útero se contrae y ocupa un menor espacio.

Los arquetipos de belleza occidentales no son tan inocentes como podíamos imaginar. Desde la más tierna infancia, las niñas juegan con muñecas que presentan un tipo de mujer extremadamente delgado. Una Barbie posiblemente tendría problemas de infertilidad al no tener suficiente índice de grasa corporal. Una delgadez extrema que nos déja exhaustas y desvitalizadas, lángidas y cansadas… débiles y sumisas. Muñecas infames que van moldeando la delicada percepción que sobre el propio cuerpo tienen las niñas desde la más tierna infancia.
El photoshop y las revistas de moda nos ofrecen una imagen falsa de una belleza imposible que no está a nuestro alcance. Las mujeres viejas, gordas y las madres no tienen cabida en su discurso.

En cualquier paseo, los escaparates nos ofrecen maniquíes (en ocasiones sin cabeza) que nos interrogan desde el cristal: y tú, ¿eres como yo? En esta sociedad es imposible escapar al dominio absoluto de este modelo de mujer delgada, sin vientre, que se esfuerza en ser atractiva para los demás a pesar de sí misma, que se hace más pequeña, más fina, que se embellece con afeites y cosmética, que acude a la cirugía estética, que va a la moda, que compra y consume, que es pasiva/receptora y no activa/creadora de su propio modelo de ser…

Podemos escapar al embrujo de los medios de comunicación no viendo la television o las revistas, podemos no visitar tiendas de ropas o clínicas estéticas pero, cada vez que caminas por la calle, cada vez que un letrero se abre paso entre la multitud está señalando una única manera, un cómo debemos ser.

Ser gorda en esta sociedad es un estigma, una enfermedad. Una lucha contra la grasa corporal que nos agota hasta la extenuación. Podemos llegar incluso a morir, pero, aún cuando no caigamos en lo patológico, no dejará de ser una meta a la que rendiremos toda suerte de sacrificios, inversiones e inseguridades. Tener vientre y ser mujer van de la mano. En el útero está el poder, la energía que desplegamos al vivir, el placer y la sensualidad.

Quizá no sea sólo una cuestión estética y haya que mirar más allá.

Mujeres sin vientre, mujeres sin poder

Lo que está claro es que la mayoría respondemos a estos criterios estéticos, y si no lo hacemos, al menos, lo intentamos. Las dietas, cosméticas, tratamientos de belleza imposibles, medicinas y demás… todo lo que esté en nuestra mano con tal de asemejarnos, aunque sea mínimamente a esos maniquíes que nos interrogan desde los escaparates cada comienzo de temporada. Parecen decirnos: tú ¿eres como yo? Necesitamos sentirnos como esos maniquíes sin cabeza porque entonces pertenecemos al género femenino, entonces, al fin, podemos ser aceptadas y descansar. Aunque por el camino hayamos ido dejando nuestro cuerpo y nuestra alma.

Ante esto cabe preguntarse ¿Por qué querríamos renunciar a la fuente de placer que proporciona el útero relajado y el vientre? ¿Es una estrategia inconsciente (o no) del patriarcado para castrarnos aún más? ¿No será, al final, un elemento más de sometimiento?

Lamentablemente, mi respuesta es que los modelos de ser mujer en una sociedad no nacen de la casualidad. Tienen una funcionalidad y en este caso, me parece que demasiado evidente. Romper el placer y la sensualidad en la mujer de forma que no goce demasiado, que se someta por falta de vigor y vitalidad, que luche contra su propia naturaleza para sentirse aceptada por terceros, es la demostración de las huellas del patriarcado en nuestro cuerpo, el cuerpo de mujer.

Abrir los ojos y ser consciente de estas formas soterradas de manipulación y sometimiento es el primer paso para liberarnos de las ataduras que el patriarcado ha impuesto en nuestro cuerpo.

Mónica Felipe-Larralde

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