El estrés en la infancia
septiembre 05, 2016
Los síntomas de estrés en la edad escolar son más fáciles de detectar que en la etapa preescolar, entre otras razones porque los niños a medida que crecen saben y describen mejor, aunque no sin dificultad, cómo se encuentran.
En el período escolar (aproximadamente entre los 6 y los 12 años) son los aspectos ambientales los que suelen explicar la aparición del estrés infantil.
Entre los factores estresantes hay que incluir la exposición del niño a situaciones de maltrato, la falta de afecto, la separación/divorcio de los padres, la penuria económica, los problemas en el centro educativo (inadaptación, malas relaciones, sobrecarga de trabajo, etc.), las enfermedades crónicas, la baja autoestima, las escasas habilidades interpersonales, etc.
Un esfuerzo de sistematización y síntesis nos permite agrupar los estresores en cinco sectores:
Personal. Hay algunas características personales, condicionadas obviamente por el entorno,
que favorecen el estrés, por ejemplo, la excesiva inhibición, la falta de habilidades sociales, la
baja autoestima.
Familiar. En general, la estructura familiar disfuncional, así como los estilos educativos parentales presididos por la permisividad/anomia, el autoritarismo o la sobreprotección, igualmente desaconsejables.
Escolar. La insuficiente comunicación y las malas relaciones interpersonales, al igual que la estructura y la gestión institucionales predominantemente rígidas y verticales.
Social. La continua exposición a estímulos amenazantes, por ejemplo, vivir en un entorno hostil.
De igual modo, han de incluirse como factores que predisponen a la ansiedad la existencia de problemas económicos en la familia y la falta de apoyo social suficiente.
Salud. Las enfermedades, sobre todo crónicas, con el malestar, el dolor y el temor acompañantes, son fuentes de estrés infantil, al igual que la posible hospitalización, que supone separación de la familia y alejamiento del entorno escolar y social, exigencias de adaptación a un medio extraño y con frecuencia vivenciado como amenazante, etc.
En el cuadro de estrés infantil podemos encontrar síntomas psíquicos, físicos y conductuales como
los siguientes:
Síntomas psíquicos
Desmotivación, desinterés.
Irritabilidad.
Ansiedad.
Tedio.
Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse.
Errores de memoria.
Labilidad afectiva.
Síntomas físicos
Alteraciones del sueño.
Pérdida o aumento de peso.
Malestar general
Cefaleas.
Problemas digestivos.
Síntomas conductuales
Rechazo de la escuela.
Disminución del rendimiento.
Aumento de los errores.
Incumplimiento de tareas.
Empeoramiento de las relaciones con los compañeros o los profesores.
Sin instrumentos de detección ni entrevistas realizadas por expertos, no siempre es sencillo reconocer el estrés infantil. Es sabido, además, que hay considerable solapamiento sintomático entre el estrés, la ansiedad y la depresión, lo que complica el diagnóstico. A ello se agrega que los niños, en
general, tienen menos facilidad que los adultos para describir su experiencia interna, aunque evidentemente, siempre que sea posible, hay que contar con ella. Sea como fuere, el deterioro de las relaciones interpersonales en la familia o en la escuela, el descenso del rendimiento académico, las alteraciones en el estado de ánimo, los cambios alimenticios, los dolores y quejas corporales, etc., pueden ponernos sobre la pista del síndrome de estrés.
Ningún niño está libre de sufrir distrés, aunque cabe señalar algunos factores -individuales y contextuales- que acrecientan la probabilidad de que se presente, por ejemplo: algunas características personales, al igual que los problemas familiares, escolares, sociales y de salud. Aun cuando asumimos la existencia de cierta vulnerabilidad personal endógena en la infancia, ha de reconocerse el significativo influjo del ambiente en la configuración del distrés.
Sin perder de vista que la familia debe garantizar afecto y comunicación suficiente con el niño, al igual que educación y horarios apropiados y regulares, en este trabajo nos interesa especialmente concienciar a las instituciones escolares de la importancia de prevenir en lo posible el estrés patológico mediante la creación de un ambiente saludable. Por ello, reflexionamos particularmente sobre los factores ambientales escolares estresantes, a sabiendas de que su impacto en el niño quedará modulado por su personalidad.
Ambiente escolar estresante
Entre las fuentes escolares generadoras de estrés se hallan las siguientes:
La falta de sensibilidad hacia la diversidad, que se traduce en mayor o menor cuantía en desconfianza, hostilidad y exclusión. Este rechazo afecta principalmente a alumnos que tienen rasgos étnicos, físicos o psíquicos diferentes, por ejemplo, algunos escolares inmigrantes o con discapacidad.
La tecnificación en los centros educativos está introduciendo un considerable cambio en las relaciones humanas, ahora mucho más dependientes de la máquina y menos del contacto personal con el profesor y con los compañeros. El uso inadecuado o abusivo de la tecnología con facilidad genera aislamiento y enajenación en los alumnos.
De modo complementario a lo consignado en líneas anteriores, ha de decirse que el alejamiento de la naturaleza tiende a acrecentar el estrés. En este sentido, la investigación realizada por Corraliza y Collazo (2011, 221-226) aporta evidencia empírica del efecto amortiguador que la naturaleza en el entorno residencial y escolar tiene sobre el estrés infantil, hasta el punto de que cuanto mayor es el acceso de los niños a áreas naturales próximas mayor es su capacidad para sobrellevar situaciones adversas.
Las malas relaciones y la fragilidad de la comunidad educativa. Un buen número de centros escolares están hoy transidos de rivalidad feroz y de individualismo. El mundo de la escuela se halla asimismo sacudido por la violencia, hasta el punto de que en algunos centros se pone en grave peligro la integridad personal y la educación se torna misión imposible. Los alumnos se
estresan con más facilidad en un ambiente de este tipo que puede ser verdaderamente traumatizante y aun aterrador.
La descompensación del discurso educativo. En la infancia y en la adolescencia el discurso
meramente instructivo y dogmático, a menudo acompañado de sobrecarga de exigencias,
críticas y deberes, es totalmente desaconsejable por revelarse frío, distante y extenuante.
El predominio de la rigidez y la verticalidad en las estructuras y estilos gestores, lo que dificulta la participación responsable y la comunicación fluida, sincera y comprensiva de los miembrosde las instituciones escolares.
A la hora de prevenir el distrés infantil, además de las situaciones escolares citadas con carácter general, es fundamental prestar atención al comportamiento del niño, por ejemplo, a la aparición de conflictos, a los dolores y trastornos físicos, al malestar general, a los temores, etc. Desde luego, no es raro tampoco que en el niño expuesto a situaciones escolares estresantes aflore una actitud negativa, incluso hostil, hacia el colegio y que consiguientemente aumente el absentismo y disminuya su rendimiento.
Por VALENTÍN MARTÍNEZ-OTERO PÉREZ
Facultad de Educación, Universidad Complutense de Madrid, España
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