Madres e hijas El vínculo que hiere, el vínculo que sana por Christiane Northrup
junio 02, 2016
La salud de cada mujer tiene su fuente en la relación madre-hija. Nuestro cuerpo y nuestras creencias acerca de él se formaron en el terreno de las emociones, creencias y comportamiento de nuestra madre. Ya antes de nacer, la madre nos da la primera experiencia de cariño y sustento. Ella es nuestro primer y más potente modelo del papel femenino. De ella aprendemos qué es ser mujer y el cuidado de nuestro cuerpo. Nuestras células se dividieron y desarrollaron al ritmo de los latidos de su corazón; nuestra piel, nuestro pelo, corazón, pulmones y huesos fueron alimentados por su sangre, sangre que estaba llena de las sustancias neuroquímicas formadas como respuesta a sus pensamientos, creencias y emociones. Si sentía miedo, ansiedad, nerviosismo, o se sentía muy desgraciada por el embarazo, nuestro cuerpo se enteró de eso; si se sentía segura, feliz y satisfecha, también lo notamos.
Nuestros cuerpos y los de nuestras hijas fueron formados por una red sin solución de continuidad de naturaleza y sustento, de una biología imbuida por la conciencia que podemos remontar hasta el principio de los tiempos. Así, cada hija contiene a su madre y a todas las mujeres que la precedieron. Los sueños no realizados de nuestras antepasadas maternas forman parte de nuestro legado.
Para tener salud y felicidad óptimas, cada una de nosotras debe tener claro de qué modo la historia de nuestra madre influyó en nuestro estado de salud, nuestras creencias y nuestra manera de vivir la vida, y continúa haciéndolo. Cada mujer que se sana a sí misma contribuye a sanar a todas las mujeres que la precedieron y a todas aquellas que vendrán después de ella. La influencia, muchas veces inconsciente, de una madre sobre la salud de su hija es tan profunda que hace unos años tuve que aceptar que mi pericia médica era sólo una gotita en el cubo comparada con la influencia, no sujeta a examen y continua, de esa madre. Si la relación de una mujer con su madre era sana y de mutuo apoyo, y si la madre le había transmitido mensajes positivos acerca de su cuerpo femenino y acerca de la forma de cuidarlo, mi trabajo como médica era fácil; su cuerpo, mente y espíritu ya estaban programados para la salud y la curación óptimas. Si, en cambio, la influencia de su madre era problemática, o había un historial de descuido, maltrato, alcoholismo o enfermedad mental, entonces yo sabía que con toda probabilidad mi mejor trabajo y empeño quedarían cortos. Las verdaderas y duraderas soluciones para su salud sólo se harían posibles cuando mi clienta comprendiera los efectos de su crianza y diera los pasos para cambiar esa influencia. Si bien las modalidades sanitarias como mejorar la dieta, hacer ejercicio, la medicación, la cirugía, la mamografía y el examen de mamas, la citología diagnóstica, etcétera, tienen todas su lugar, ninguna de ellas puede llegar a esa parte de
la conciencia de la mujer que genera su estado de salud. Antes del nacimiento, la conciencia dirige literalmente la formación de nuestro cuerpo.
También lo van conformando constantemente nuestras experiencias, muy en especial las de la infancia. Ninguna otra experiencia de la infancia es tan irresistible como la relación de la niña con su madre. Cada una de nosotras asimila a nivel celular cómo se siente nuestra madre por ser mujer, lo que cree acerca de su cuerpo, cómo cuida de su salud y qué cree posible en la vida. Sus creencias y comportamiento imponen el tono para lo bien que aprendemos a cuidar de nosotras mismas en la edad adulta. Entonces transmitimos esta información, consciente o inconscientemente, a la siguiente generación.
Si bien reconozco que la cultura en general tiene un papel muy importante en nuestra visión de nosotras mismas como mujeres, en último término las creencias y comportamiento de nuestras madres individuales ejercen una influencia mucho más fuerte. En la mayoría de los casos, ella es la
primera que nos enseña los dictámenes de la cultura general. Y si sus creencias están reñidas con la cultura dominante, casi siempre gana su influencia.
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