Ambivalencia Materna: Nuestro legado cultural por Christiane Northrup
junio 02, 2016
En nuestra sociedad se nos anima, tanto a los hombres como a las mujeres,
a considerar el tener y criar un hijo como el logro más importante en
la vida de una mujer. Y en muchos sentidos, lo es. Sin embargo, a un buen
número de mujeres la maternidad les produce más conflictos y ambivalencia
que lo que nos resulta cómodo reconocer, no sea que nos tilden de
«malas» madres, cuyo amor por sus hijos es dudoso. Reconocer nuestra
ambivalencia hacia la maternidad y la consiguiente pérdida de control y
categoría que suele acompañarla es oponerse abiertamente a uno de
nuestros mitos culturales más queridos.
La epidemia de depresión posparto no diagnosticada ni tratada y sus
graves efectos en la sociedad nos dice muchísimo. ¿Quién no sentiría ambivalencia
hacia la única decisión en la vida de una mujer que le cambia
totalmente el futuro? Aun cuando el acto biológico de quedar embarazada
requiere poca reflexión o planificación para la mayoría, criar a un hijo
sano y seguro es, sin lugar a dudas, el trabajo más difícil que existe. Exige
un grado de madurez y altruismo para los que no existe ninguna manera
de prepararse adecuadamente. Hoy en día también significa la pérdida
de la independencia y libertad por las que han luchado las mujeres
durante tanto tiempo.
Contrariamente a lo que dice el mito, la crianza no es un dispositivo
innato en la hembra humana. Implica una participación activa y requiere
fuerza, energía, voluntad, inteligencia y resolución, cualidades todas
que tendemos a asociar con la masculinidad. Y, sin embargo, dado que
la feminidad se ha considerado inferior a la masculinidad durante tanto
tiempo, el trabajo de sustentar y criar a nuestros hijos también se ha denigrado.
Pero en lugar de ser sinceros acerca de los no muy maravillosos aspectos
de la maternidad, por un lado le añadimos un exagerado sentimentalismo,
al tiempo que por otro no apoyamos y restamos importancia
al verdadero trabajo que entraña.
Ninguna madre humana fue diseñada jamás para ser la única fuente
de la energía que sustenta la vida de su hijo sin recibir también apoyo y
ayuda externa, para ella personalmente y para sus necesidades individuales.
Si bien al principio las madres sustentamos con la sustancia misma de
nuestro cuerpo y después con nuestro corazón, mente y alma, la energía
que gastamos en criar debe reponerse siempre con el cuidado y desarrollo
personales, si queremos realizar de modo óptimo el trabajo de ser madres.
Nadie esperaría que un campo de cultivo produjera cosechas año
tras año sin reponer y abonar la tierra periódicamente, y sin embargo esperamos
que las madres hagan esto. Y muchísimas madres no creen que
pueden pedir ayuda.
Cuando no se repone periódicamente el combustible necesario para
criar y atender a otros, o cuando las madres no consiguen satisfacer su
necesidad de desarrollo personal separadamente de las necesidades de sus
hijos o familia, las averías y fallos en el sistema sustentador se manifiestan
en forma de depresión, ansiedad, e incluso violencia, que afectan tanto
a las madres como a los hijos. Entonces la enfermedad se convierte en
la única forma socialmente aceptable de satisfacer esa necesidad de sustento.
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