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Crianza consciente y cooperación

Tal vez muchos padres de niños pequeños se sienten incómodos cuando les preguntan ¿Tu hijo aún no camina? o¿Todavía no dice muchas palabras? Son frases que parecen inocentes, pero que no son ingenuas. Estos y otros comentarios tienen su raigambre en la concepción de que tenemos que competir con los demás.
El paradigma del modelo educacional actual se basa fuertemente en la competencia. Así, un buen estudiante sólo tienen sentido cuando “le gana” a sus compañeros, usando como principal medida estándar, las calificaciones.
Sobre esto, recuerdo cuando tuve que actuar como vocal de mesa en las elecciones presidenciales. Estaba en una sala de niños de segundo grado de primaria. En una pared de la sala, había colgado, un gran pliego de cartulina adornado con dibujos y letras de colores. El título era: “El semáforo de la lectura”. Ahí podía leerse los nombres de todos los alumnos de esa clase clasificados o jerarquizados por medio de un sistema de colores. El verde indicaba los alumnos que leían bien, mientras que los círculos rojos delataban a los alumnos que leían mal.
Aunque nadie reparó en eso, me pareció un pésimo sistema pedagógico. ¿Cómo podemos estimular en un niño la lectura, para mí pilar fundamental del gusto por aprender, diciéndole que lee mal y que por eso merece un círculo rojo para que lo vean todos sus compañeros?
No solo eso: Los padres también seguramente han visto este mural, y no pocos deben haberse sentido empujados a “escalar en el ranking” incentivando la competencia por llegar a los primeros lugares.
Y ese espíritu de competencia parte desde la más tierna infancia. Muchos padres creen que si su hijo camina antes de un año, es mejor que el que tarda unos meses más. Si habla antes de la media, entonces es que será un genio. Inconscientemente convierten la crianza de los hijos en una suerte de carrera, para exhibir esos “logros” frente a los demás.
Crianza consciente y cooperación
En muchas escuelas, el indicador más relevante que tienen para exhibir, es que el nivel de exigencia y presión que ponen sobre los alumnos, que es refrendado por pruebas estandarizadas que no necesariamente miden si los niños han realmente aprendido, ni mucho menos si handisfrutado del proceso.
Otra muestra de esto, es que he visto como ahora proliferan los ciertos “coach de educación”, que venden una imagen corporativista del proceso educacional, y que están ahí para aumentar el rendimiento escolar. Se muestran como motivadores entusiastas que mediante juegos y “buena onda”, harán que los niños saquen su potencial. Es decir, la concepción global de la competitividad, maximización del rendimiento, y eficiencia se trasladan al mundo de la educación que no responde a las mismas lógicas.
El aprender es algo inherente a nosotros como humanos. Estamos programados para descubrir, aprender y enseñar a otros en los más diversos ámbitos que podamos imaginar.
Desde que nacemos nos preguntamos cómo funcionan las cosas, y cómo podemos aprender más. En este sentido, como padres, debemos sacarnos el paradigma absurdo de que la competencia es el modo más eficiente para tener una vida más feliz y exitosa.
En contraste a este paradigma, la alternativa es pasar a un modelo de cooperación. Todos los grandes logros humanos han nacido de ella. Es el modo más eficiente de aprender, conectar con otras personas, y superarnos a nosotros mismos. De hecho, muchos experimentos educacionales han mostrado que un ambiente altamente competitivo no es la forma natural en la que aprenden los seres humanos.
En muchos países la educación de mercado está destruyendo las bases de un sistema cooperativo. Hoy, hay escuelas que recién iniciando el proceso educacional, comienzan una carrera por moldear niños académicamente eficientes, prometiendo a los padres que sus métodos crearan niños altamente capacitados para enfrentar un mundo “crecientemente competitivo”.
Incluso, es totalmente normal ver sistemas educacionales basados en la segregación de niños, ya no solo por el poder adquisitivo de los padres, sino que por otros factores éticamente cuestionables, como la condición social, o la facilidad para adaptarse a exigencias académicas que no promueven la diversidad y la libertad.
¿Cómo atacar la raíz de este problema? La respuesta no es sencilla, pero me atrevo a aventurar que la solución puede comenzar con un pequeño cambio de enfoque de los padres. Si dejamos de forzar a los niños a ser mejor que los otros, si permitimos que aprendan a su propio ritmo, si los instamos a ayudar a otros y a buscar ayuda sin complejos, pienso que estaremos contribuyendo en la construcción de personas más felices y tolerantes.
En los padres está el romper la tiranía de la competencia sin sentido. He conocido padres que se estresan si no pueden presumir ante otros adultos que su hijo es muy competente académicamente o es un brillante deportista. Y es probable que esa obsesión por hacer que sus hijos sean los primeros, incluso en procesos naturales, como aprender a caminar o vestirse solos, termine porconseguir lo contrario a los resultados que buscan.
¿Me gustaría que mi hijo tuviera habilidades destacadas? Por supuesto, pero no es el qué lo importante, sino elcómoLa búsqueda última del ser humano es ser felices, y sin duda, la cooperación, el ayudar a los demás, elaprender de otros, es un camino mucho más directo y gratificante.
Y esto no sólo es válido para la crianza. En todo ámbito de cosas, el cooperar nos hace más independientes y menos preocupados por agradar a los demás. Nos deja libres para sacar lo mejor de nosotros mismos. 
Si gastáramos menos tiempo tratando de inflar nuestro ego, y dejáramos que los niños aprendieran a su ritmo, ¡probablemente tendríamos una sociedad muy distinta!
Extraído de: http://verdealegria.com

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