Violencia conyugal (1 parte) por Laura Gutman
agosto 19, 2013
Seria saludable reconocer que la violencia conyugal es muy común,
más de lo que creemos. Sobre todo porque no nos referimos sólo a las escenas en
las cuales las personas se tiran los platos mutuamente mientras se gritan las
peores ofensas. También hay violencia cuando hay desprecio por las necesidades
o deseos diferentes, cuando aparecen la humillación o la burla, cuando hay
descredito o indiferencia. Estas actitudes pueden herir más que una espada
filosa, ahondando la rabia y la furia que los individuos ya traemos de tiempos
remotos.
La violencia activa o pasiva dentro de una pareja forma
parte de un circuito en el cual los niños necesariamente están involucrados. Sean
testigos o no de los exabruptos o los golpes, cada conyugue intentara encontrar
aliados en los niños. De alguna manera, lograran llevar para su propio
territorio emocional el cariño de algunos de sus hijos, quienes pagarán el
precio de la alianza con el fin de obtener amor.
La descarga de las propias frustraciones o de la angustia en
el otro es una actitud muy habitual. Lamentablemente, el hecho de creer que hay
un culpable y que las cosas sucederían de otra manera si ese culpable no existirá,
nos dificulta el abordaje de la responsabilidad personal sobre nuestras vidas. Ya
que solo sucede alrededor lo que nosotros mismos construimos. O aquello análogo
a lo que somos.
Divorcios controvertidos.
Los divorcios transcurren de un modo muy parecido a como han
sucedido las cosas dentro de la relación de pareja. Si la violencia, el desacuerdo,
la falta de comprensión, la exigencia, el maltrato, la decida, el desprecio o
la indiferencia han sido la moneda de cambio efectivo, pues esos mismos
elementos están presentes cuando la separación de los cónyuges se concrete. Continuaremos
la batalla ahora, igual que en el pasado. Buscaremos ganar, tener razón,
desacreditar al contrincante, hallar los puntos débiles para atacarlo,
desarmarlo, debilitarlo, lastimarlo, herirlo de muerte hasta que nos pida perdón
y pague el precio que le hemos adjudicado a nuestra rabia.
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