Paciencia para criar, ¿de dónde la sacamos? (Parte II)
abril 30, 2013
En esta oportunidad les traigo la respuesta de Ileana Medina Hernández, periodista cubana-española, coautora del libro “Una Nueva Maternidad”, mamá bloguera (Blog Tenemos Tetas) volcada en la crianza con apego. Espero que disfruten y aprovechen tanto como yo, de los quilates de las opiniones siempre inteligentes, preclaras y sustantivas que generosamente en medio de las infinitas ocupaciones de mamá puérpera -entre porteos y dar la teta- nos regala, mi querida y admirada colega, Ileana Medina Hernández.
¿Qué es la paciencia?
Digamos que la paciencia es el momento intermedio entre la empatía y el enfado. Cuando hay empatía, identificación, conexión, no hace falta paciencia, todo rueda. Las dos personas estamos juntas y compartiendo porque a ambas nos apetece. Cuando se acaba la conexión, la coincidencia espontánea, hay que echar mano de la paciencia, de la capacidad de tolerar, de soportar, de acompañar… aun cuando no sea nuestro deseo en ese momento. Y ya cuando no nos queda ni la paciencia, llega el enfado, el mal humor, los gritos, la imposición o la violencia.
¿Qué importancia tiene la paciencia en la crianza de los hijos?
La paciencia tiene mucha importancia en la crianza porque es el umbral que evita que lleguemos a ser violentos con ellos. Por violencia no entiendo solo pegar, también gritar o imponer nuestros puntos de vista. Me gusta la definición de violencia que da Laura Gutman: hay violencia siempre que dos deseos diferentes no pueden coexistir. Entonces, fijémonos cuantas veces somos violentos con nuestros hijos.
Para los niños todo es un juego: comer, vestirse, bañarse… todo es jugar para ellos. Eso no encaja a menudo con los planes y los tiempos que tenemos los adultos. Lo ideal sería que para criar todos contactáramos con nuestro “niño interior”, y que tuviéramos disponibilidad real y emocional para pasar horas acompañando a nuestros hijos, a jugar, a explorar, a redescubrir el mundo con ellos, a insertarlos en nuestros trabajos, etc…
Pero desgraciadamente, eso es muy poco frecuente. Los adultos perdimos a nuestros niños interiores en alguna parte del camino. Entonces, como mal menor, debemos echar mano de la paciencia, la tolerancia, la capacidad de llegar a acuerdos, de respetar y tomar en serio las necesidades y los deseos de nuestros hijos. Para eso sirve la paciencia.
¿Por qué a los padres se nos hace tan difícil ser pacientes con nuestros hijos?
Se nos hace difícil porque a su vez los adultos no fueron pacientes con nosotros cuando éramos niños. Casi todos venimos de educaciones muy autoritarias, de historias transgeneracionales de abandono emocional importantes. Así, cuando devenimos padres, nos cuesta mucho hacer las cosas de modo diferente. Transmitimos la violencia, el “pecado original”, de generación en generación.
La ira que tenemos acumulada de nuestra propia infancia reprimida sale a la luz, sobre todo con nuestros niños. No sacamos la ira con nuestros jefes, nuestros compañeros de trabajo, nuestros maridos: la vomitamos sobre los niños que son la parte más débil de la cadena.
¿Qué podemos hacer para que la paciencia nos acompañe de un modo genuino y sostenible durante las exigencias diarias que demanda la crianza de los hijos?
Tenemos primero que tomar conciencia. Por lo menos a nivel teórico, tenemos que ser conscientes de que nuestros niños necesitan y merecen padres y madres pacientes, que sostengan, respeten y acompañen. Que merecen el mismo respeto que cualquier adulto, o más, porque al fin y al cabo son las personitas que más amamos en el mundo. Todavía mucha gente justifica el uso de la violencia contra los niños. Y desde ahí, poco se puede avanzar.
Ese es el primer paso, pero no es suficiente. Muchos tenemos la teoría clara, pero en la práctica nos desbordamos muy a menudo. A mí me sucede con mi hija. A veces grito o impongo, y luego me siento fatal. Porque no basta con la conciencia racional, hace falta abordar nuestras realidades emocionales, nuestros propios desamparos infantiles.
¿Cómo se cultiva la paciencia?
La paciencia pertenece al grupo de cualidades que nos permiten el acercamiento al Otro, como la generosidad, la solidaridad, la empatía, la ternura… en general, el amor. Para cultivarla, es preciso asomarnos a nuestra sombra, abordar nuestras carencias inconscientes, dejar de ser niños necesitados nosotros mismos. Madurar, trascender el ego. Es lo que en general se conoce como crecimiento personal, desarrollo espiritual si se quiere. Aumentar nuestra capacidad de amar, de ponernos en el lugar del otro, de dar, en lugar de centrarnos en recibir lo que no recibimos en nuestra infancia. Como dice Jodorowski, el amor (la mirada, la atención) que no recibimos en nuestra infancia ya nadie nos la va a dar, así que centrémonos en darla nosotros, en descubrir el manantial inagotable de amor que emana de cada uno cuando nos permitimos romper nuestras corazas.
La mayoría de los adultos en nuestra sociedad somos adultos carentes, egoístas, inmaduros… centrados en llenar nuestros propios agujeros emocionales a través del consumo, el trabajo, la comida, la televisión, la apariencia exterior, la vida social, la vanidad… Así no podemos criar a nadie sin transmitir esos mismos agujeros.
Cultivar la paciencia es parte de un trabajo de crecimiento personal mucho más grande. Podemos y debemos aprovechar la maternidad y la paternidad para ello. Si todos los caminos de crecimiento personal coinciden en la necesidad de dinamitar el ego, no hay taller mejor, oportunidad mejor para eso, que la crianza respetuosa de nuestros hijos. No hay un encuentro con el Otro más poderoso y transformador que el encuentro con nuestros hijos.
¿De dónde sacamos la paciencia cuando sentimos que ya no nos queda ni un poquito?
Cuando permanecemos tiempo con los niños, casi todos, más tarde o más temprano, terminamos sintiendo que no podemos más.
Siempre digo que es muy fácil ser “espiritual”, meditar u orar en celibato o en soledad, como hacen curas, monjes y gurúes. Pero me gustaría verlos como aplican sus teorías rodeados de niños. Intentar estar presentes y satisfacer nuestras propias necesidades, manteniendo el respeto y la satisfacción de las necesidades de los niños, es el reto “espiritual” mayor que hay.
Cuando sentimos que la paciencia se nos acaba, podemos salir, respirar, pedir ayuda. Las madres solemos estar muy solas criando. Buscar tribu, familias amplias, amigas, otras madres y familias con las que compartir la crianza suele ayudar mucho.
En el momento en que nos sentimos desbordados, es necesario saber parar, mirarnos, salir de la habitación, y dejar al niño con otra persona si es posible.
También reconocer ante el niño nuestra falta de paciencia. Yo suelo decirle a mi hija que la paciencia se me acaba, y eso me ayuda a relajarme y a reírnos las dos. También le insisto en que es un problema mío, y que la culpa no es suya.
¿Cómo reconducir las respuestas violentas hacia nuestros peques cuando nos sentimos desbordados?
Es difícil. Buscar mecanismos de humor, reconocer ante los niños que nos estamos desbordando, es una buena manera. Yo creo que en el momento que nos atrapa la ira es difícil ya dar atrás. Por eso el trabajo principal es a largo plazo. Pero desde luego, en el momento en que ya nos encolerizamos, es necesario mirarnos a nosotros mismos, desarrollar la capacidad de mirarnos como quien se mira “desde afuera” y ver el ridículo que hacemos muchas veces.
Buscar el humor, reconocer ante los niños que la paciencia se nos está acabando, y que es un problema nuestro, no del niño.
Criar respetuosamente es el reto más grande de nuestras vidas. Pero vale la pena, no sólo por los niños y por el futuro, sino por nosotros mismos. En la medida en que los respetemos más a ellos, seremos más felices y mejores personas, ganaremos nosotros tanto o más que ellos.
Hoy en día no está de moda hablar de amor, de paciencia, ni de virtudes. Parece algo propio de la iglesia o así. No es progre. Hay que disfrazarlo de “inteligencia emocional” para que pegue en los contextos mediáticos. Pero la gente se cree que la inteligencia emocional es algo para ser más productivos en la empresa, más populares y más “chachis”. Solo se valora aquello que nos hace más productivos o más seductores. Pero la alfabetización emocional comienza desde el mismo momento del nacimiento. Cuando nuestros niños son criados con amor y respeto por sus necesidades mamíferas y emocionales. Si las cosas se hacen bien desde el principio, no hay que desandar lo andado. De ahí parte todo.
extraido de http://www.inspirulina.com/
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