El hombre busca su libertad guiado por sus ancestros Entrevista con Anne Ancelin-Schützenberger
marzo 27, 2013
Antigua resistente, tanto teórica como mujer de acción, abierta a
todas las innovaciones, psicoanalista, analista de grupo – una
de las primeras terapeutas que utilizó el psicodrama de Moreno en
Francia – y profesora emérita de psicología en la universidad
de Niza, donde dirigió durante más de veinte años el Laboratorio
de psicología social y clínica, en otro tiempo colega de Jacques
Lacan y de Françoise Dolto, se convirtió en una celebridad en el
mundo entero cuando, habiendo ya comenzado la segunda mitad de
su vida, publicó un libro que iba a convertirse en un
best-seller: "¡Ay mis ancestros!" Para muchos psicoterapeutas,
fue ella la que introdujo la dimensión transgenealógica en su
práctica con un acontecimiento preciso: el síndrome de
aniversario. Nos ha parecido lógico abrir esta serie de
entrevistas a través de una conversación con esta gran mujer.
La
psicogenalogía comprende numerosas teorías y escuelas de
pensamiento. Pero es, sin duda, a la Dra Anne Ancelin-Schützenberger
a quien debemos el impulso incial de este enfoque, especialmente
en la sociedad francesa. El hecho de trabajar durante mucho
tiempo con enfermos aquejados de cáncer – especialmente con la
ayuda del método Simonton, que permite reforzar el sistema
inmunitario mediante visualizaciones positivas – hizo que
empezara a descubrir en sus biografías extraños fenómenos de
repetición, que hablaban de un fenómeno de identificación con
personas queridas desaparecidas. Fue así como esta terapeuta
inventó el método del “genosociograma” – una especie de árbol
genealógico muy especial que priorizaba hechos extraordinarios
y/o sobrecogedores y acontecimientos que podían causar una
conmoción en bien o en mal, enfermedades, nacimientos,
accidentes, casamientos, etc, poniendo de relieve, mediante un
juego de gráficos, los lazos afectivos mayores. De esta manera,
elaboró el concepto de “síndrome de aniversario”…
“Somos menos
libres de lo que creemos, dice Anne Ancelin, pero tenemos la
posibilidad de conquistar nuestra libertad y de salir del destino
repetitivo de nuestra historia si comprendemos los complejos
vínculos que se han tejido en nuestra familia”.
¿Sú método?
La
«Terapia transgeneracional psicogenealógica contextual», cuya
misión primera es estrechar el cerco de nuestras «lealtades
invisibles» que nos obligan a «pagar las deudas» por nuestros
ancestros, lo queramos o no, lo sepamos o no. Como escribe en ¡Ay
mis ancestros!: “La vida de cada uno de nosotros es una novela.
Vosotros, yo, vivimos prisioneros de una invisible tela de araña
de la que también somos uno de los directores. Si enseñáramos a
nuestro tercer oído, a nuestro tercer ojo, a comprender mejor, a
oír, a ver estas repeticiones y estas coincidencias, la
existencia de cada uno de nosotros sería más clara, más sensible a
lo que somos, a lo que deberíamos ser. ¿Podemos escapar de esos
hilos invisibles, de esas «triangulaciones», de esas
repeticiones?
Nouvelles Clés: usted es psicoanalista, pero
cuando recibe a un paciente, se interesa muy poco en su historia
individual: le pide que le dé informaciones sobre la vida de sus
ancestros. Le hace que escriba fechas. ¿Cómo ha
llegado a transformar así el desarrollo de la cura?
Anne Ancelin
Schützenberger: en los años setenta, iba a analizar a domicilio a
una joven sueca de treinta y cinco años que estaba desahuciada
por el cáncer. Los médicos acababan de amputarle una parte del
pie y se preparaban, impotentes, a amputar todavía más. Ya que yo
era psicoanalista, pedí a esta mujer que dejara libre su mente y
me contara todo lo que pasaba por su cabeza. Como ya sabe, este
ejercicio habría podido desarrollarse durante diez años. Había el
retrato de una mujer joven en la pared del salón. Mi paciente me
dijo que se trataba de su madre, muerta de cáncer a la edad de
treinta y cinco años. Y bueno, no sé porqué, ese día, esta doble
coincidencia de edad y enfermedad me dejó estupefacta. De pronto
tuve la impresión de que esta mujer se había programado para caer
enferma a la misma edad en que su madre había muerto de cáncer.
N.
C.: ¿Qué le impedía pensar en la enfermedad como una
simple casualidad?, ¿o más bien como una transmisión genética?
A.
A.-S.: Esa es la dificultad que se plantea para todo lo que
incumbe al inconsciente, invocar como una causa el azar. En
cuanto a la genética, difícilmente podía hacer coincidir las
fechas hasta ese punto. Sobre todo porque esta historia me recordó
inmediatamente otra... Me acordé de que un día mi hija me había
dicho: ”¿Te das cuenta mamá?, eres la mayor de dos niños y el
segundo está muerto; papá es el mayor de dos hijos y el segundo
está muerto; yo soy la mayor de dos hijos y el segundo está
muerto”. Esto había sido una primera conmoción. Esta vez, me dije
que iba a verificar con otros pacientes lo que intuía respecto a
esta mujer. Les pedí a todos que dibujaran su árbol genealógico
y, si era posible, indicaran bajo el nombre de los ancestros los
momentos más importantes de la historia familiar. Tuberculosis
del abuelo, matrimonio de la madre, accidente de coche del padre.
También les pedí que pusieran la edad y la fecha en las que se
habían producido tales acontecimientos. L
os árboles
genealógicos me revelaron repeticiones asombrosas: una familia en
la que las mujeres, leucémicas, morían durante tres generaciones
en el mes de mayo; una sucesión de cinco generaciones en la que
las mujeres se volvían bulímicas a la edad de trece años; una
genealogía en la que los hombres eran víctimas de un accidente de
coche el día de la primera vuelta a clase de su primer hijo.
Estará
de acuerdo en que sería demasiada osadía ver la acción de la
casualidad en las familias en las que se encuentran, en cada
generación, las mismas fechas de nacimiento, el mismo número de
matrimonios en los hombres y siempre a la misma edad... En cuanto
a la herencia genética, ¿cree que un accidente de coche pueda
transmitirse a través del ADN?
N. C.: ¿Cómo pueden
explicarse tales repeticiones? ¿Por qué repetimos cosas vividas
por nuestros padres o por nuestros ancestros?
A. A.-S.: Repetir
los mismos hechos, fechas o edades que han conformado el drama
familiar de nuestros ancestros es para nosotros una manera de
honrarlos y de serles leales. Esta lealtad es la que empuja a un
estudiante a suspender un examen, con el deseo inconsciente de no
estar por encima de su padre socialmente, o a seguir siendo
fabricante de instrumentos de música de padre a hijo o, para las
mujeres de una misma línea genealógica, casarse a los dieciocho
años para dar a luz a tres hijos y, si es posible, niñas...
A
veces, esta lealtad sobrepasa los límites de lo verosímil:
¿conoce la historia de la muerte del actor Brandon Lee? Le
mataron durante un rodaje porque, desafortunadamente, alguien
había dejado olvidada una bala en un revólver que debía estar
cargado con balas de fogueo. Ahora bien, justo veinte años antes
de ese accidente, su padre, el famoso Bruce Lee, había muerto en
pleno rodaje, de una hemorragia cerebral, durante una escena en
la que debía interpretar el papel de un personaje muerto
accidentalmente por un revólver que debería haber estado cargado
con balas de fogueo…
¡Estamos literalmente impulsados por una
poderosa e inconsciente fidelidad a nuestra historia familiar y
tenemos una gran dificultad para inventar algo nuevo en la vida!
En algunas familias, vemos que se repite el síndrome de
aniversario – en forma de enfermedades, muertes, abortos
naturales o accidentes – en tres, cuatro, cinco o a veces ocho
generaciones. Pero hay una razón más intrincada por la cual
repetimos enfermedades, así como accidentes de nuestros
ancestros. Si tomamos cualquier árbol genealógico, vemos que está
repleto de muertes violentas y adulterios, de anécdotas
secretas, de bastardos y de alcohólicos. Estas son cosas que se
ocultan, heridas secretas que no se quieren mostrar.
Ahora
bien, ¿qué ocurre cuando, por vergüenza o por conveniencia, no
hablamos del incesto, de una muerte sospechosa, de los fallos del
abuelo? El silencio que se haga sobre un tío alcohólico, creará
una zona de sombra en la memoria de un hijo de la familia, quien
para colmar ese vacío y rellenar las lagunas, repetirá en su
cuerpo o en su existencia el drama que se le intenta ocultar.
En una palabra, será alcohólico como su tío.
N. C.:
¿Pero esta repetición supone que ese chico sepa algo de esta
vergüenza familiar y que haya oído algo sobre su desgraciado
tío... verdad?
A.A.-S.: ¡Por supuesto que no!
La vergüenza no necesita evocarse en absoluto para pasar la
barrera de las generaciones y venir a perturbar un eslabón débil
de la familia. Voy a darle un ejemplo de una niña de cuatro años
que, en sus pesadillas, se ve perseguida por un monstruo. Se
despierta por la noche tosiendo y, cada año, por la misma fecha,
su tos degenera en una crisis asmática. Es el 26 de Abril, me dice
la madre. Yo conozco las fechas de la historia de Francia
(muchos traumatismos ancestrales encuentran su origen en las
persecuciones o en los campos de batalla). El 26 de Abril de
1.915, las tropas alemanas lanzaron por primera vez gas tóxico
sobre las líneas francesas. Después, miles de “peludos”
(militares franceses de la primera guerra mundial, ya que no
podían afeitarse) perecieron asfixiados. El hermano del abuelo
era uno de esos soldados. Le pido a la niña que dibuje el
monstruo que ve en sus pesadillas. Ella dibuja con un lápiz lo
que llama ¡“unas gafas de submarinismo con una trompa de
elefante”! ¡Era una máscara de gas de la guerra de 1914-1918! Sin
embargo nunca había visto una máscara de gas y nunca le habían
dicho nada sobre la asfixia del abuelo. Pues bien, a pesar de
todos esos obstáculos, la información pudo pasar. ¿Cómo? Quizá
por el hecho de querer evitarlo. El recuerdo del muerto mal
enterrado creó en la madre una zona de sombra en la que se ocultó
el dolor. Hipótesis: a lo largo de su vida, habrá habido lagunas
en la forma de hablar de esta mujer; cada vez que haya encontrado
la ocasión de pensar en la brutal muerte de su abuelo (una foto
familiar, una imagen de guerra en la televisión), habrá
manifestado una conmoción que, sin duda, se habrá expresado
primero en la mirada, en la voz o en las actitudes más que en el
contenido de las palabras que habría podido quizá intercambiar.
Habrá evitado ver cualquier película de guerra... Habrá hablado
mal de Bélgica... Habrá tenido miedo del gas...
N. C.:
O sea, que esos soslayamientos pueden transmitir una información
“de manera indirecta”. ¡¿Pero pueden alcanzar tal grado de
precisión que lleguen a grabar la imagen fotográfica de una
máscara de gas en las pesadillas de la niña?!
A. A.-S.: Yo no
pienso que sea eso lo que ha pasado entre esta madre y su hija.
Más bien creo que lo que tiene lugar aquí es una comunicación de
inconsciente a inconsciente.
N. C.: ¿Quiere decir que las imágenes, o los secretos de familia, pasan de una generación a otra por telepatía?
A.
A.-S.: No. Por la unidad dual madre-niño. Creo
que durante su desarrollo en el útero, el niño sueña como sueña
su madre y que todas las imágenes del inconsciente maternal y del
co-inconsciente familiar pueden impresionar de esta manera la
memoria del niño que va a nacer. Esta hipótesis todavía no ha
dado lugar a ninguna explora ción científica seria. ¡Sin embargo,
nos va en ello la salud!
N. C.: La fidelidad a
nuestros ancestros nos gobernaría ... Nuestro inconsciente nos
impulsaría a honrarla y, para ello, utilizaría medios
sorprendentes: provocar un cáncer, enviarnos bajo las ruedas de
un coche. ¿Se podría explicar esto en términos médicos?
A.
A.-S.: En realidad, esta forma de maldición viene de un
mecanismo que la medicina conoce cada vez mejor. Toda muerte o
idea de muerte provoca en el hombre una depresión. Perder su
propia casa o su empleo supone también un duelo. Al entrar en la
tristeza del duelo se disminuye la inmunología. Muchas personas
piensan de una forma totalmente inconsciente que van a morir a una
edad concreta : “Mi madre murió a los treinta y cinco años y yo
no sobrepasaré esa edad”, se dice la mujer. A la edad prevista,
cae en una depresión que debilita su sistema inmunitario hasta el
punto de dar lugar a un cáncer. Es el mismo mecanismo para el
accidente de coche: cuando llega la fecha aniversario de un
traumatismo olvidado en la familia, alguien puede empezar a
arriesgarse de manera insensata y el accidente, evidentemente, se
produce. El inconsciente se encarga de todo eso, como si fuera un
reloj invisible.
N. C.: ¿Puede evitarse? ¿Se puede salir de la repetición para nacer libremente a la propia historia?
A.
A.-S: Para curarse de la repetición, primero hay que ser
consciente de ella. Recuerde la joven sueca. Cuando la ayudé a
darse cuenta de que si sucumbía a su cáncer, no habría ya nadie
para poner flores en la tumba de su madre, se operó un cambio
radical en su enfermedad. Dejó de tener síntomas, volvió a gozar
de más energía y a coger peso, recuperó su trabajo y una vida
normal. Si el origen del mal está cerca de la consciencia,
visualizar el árbol genealógico y darse cuenta de la repetición,
pueden liberar al enfermo del peso de las lealtades familiares
inconscientes.
Personalmente, únicamente haciendo que alguien
dibuje su árbol genealógico, llego a poner al día en seis horas
lo que podía hacer antes en diez años cuando una persona estaba en
el diván! Obtengo un diagnóstico casi inmediato.
Pero ello no exime del trabajo necesario con los sueños y las
asociaciones de pensamientos que forman parte de la cura
analítica. Y a veces también sucede que el secreto está tan
escondido que la toma de conciencia no da nada. Entonces hay
que recurrir al psicodrama. Porque éste ayuda a revivir la
emoción de lo que se ocultó y a borrar la tensión que ha podido
nacer entre lo que se nos oculta y lo que, de todas maneras,
hemos presentido. Hablar, llorar, gritar, golpear, previenen la
conversión de la enfermedad psíquica en síntoma somático. Por ello
se necesita ponerlo en escena, representarlo. Durante una
consulta, puedo invitar a un hombre a tocar la trompeta en un
episodio sangriento de la batalla de Sedan, de pie en la alfombra,
al lado del diván. Hago que interprete la muerte del bisabuelo
en el campo de batalla.
N. C.: El siglo XX ha sido el
siglo de las hecatombes. Por primera vez en nuestra historia,
millones de hombres han sido enterrados – a menudo sin sepultura –
lejos de su tierra natal y lejos de sus ancestros. ¿Se podría
hablar aquí de un enorme malestar transgeneracional en nuestra
civilización?
A. A.-S.: Cuando se sabe que un muerto mal enterrado
impide que se pueda realizar debidamente el duelo en la familia,
es fácil imaginar que una hecatombe pueda generar un inmenso
malestar en nuestra civilización, en efecto. Y no cuento los
hijos de los judíos deportados a los campos de concentración que
sufren crisis asmáticas, eczemas y violentas jaquecas en las
fechas aniversario de la deportación.
Creo que un trabajo
terapéutico puede hacerse también a escala de los pueblos y
naciones. Cuando un ancestro ha sufrido, es fundamental para la
descendencia que su dolor sea reconocido. Fue muy importante para
los Armenios ver reconocido recientemente su genocidio por la
comunidad internacional, incluso cincuenta años después.
Había que matar al fantasma. Y le apuesto a que
millones de armenios se han apaciguado en lo más profundo de su
ser.
Dicho esto, no se necesitan circunstancias tan dramáticas
para que el síndrome de repetición deteriore la existencia. Por
ejemplo, entre las muchas personas que han venido a mi consulta
porque estaban aquejados de trastornos psicosomáticos
inexplicables, hay algunos de ellos que tienen pesadillas
repetitivas que hacen que suspendan sistemáticamente sus exámenes y
tiren por tierra su vida profesional. Pienso en un joven con el
que descubrí que desde finales del siglo XIX, catorce de sus
primos habían suspendido el bachillerato. Cercamos el origen de
este trastorno y finalmente comprobamos que el bisabuelo de este
chico había sido expulsado de su casa la víspera del bachillerato
porque se había acostado con la criada y ésta se había quedado
embarazada. Pues bien, el biznieto llevaba todavía el peso de esta
“falta original” cuidadosamente escondida por toda la familia.
N. C.: ¿Cómo explicar la admiración actual por la terapia transgeneracional?
A.
A.-S.: Estamos viviendo un periodo de transformación radical de
nuestro entorno y de nuestra manera de pensar, de nuestro ámbito
de vida y de su contexto. Como dice Alvin Toffler, es un estrés
colectivo, una especie de conmoción futura, que muchas personas
viven de manera angustiosa. ¡Actualmente desconocemos tantos
datos – entre ellos la supervivencia de nuestra cultura, es
decir, la de nuestro planeta! En este caos general, muchos
terapeutas se encuentran confrontados a casos difíciles que las
teorías clásicas no explican o explican mal. Permitir un
enraizamiento de la persona en su propia historia forma parte de
las soluciones.
N. C.: En su enfoque
transgeneracional, hace referencia a menudo al psicoanalista
húngaro Ivan Boszormenyi-Nagy. ¿Qué ha puesto él de relieve?
A.
A.-S.: En su práctica, hacía hablar a los clientes sobre
su vida. Según él, el objetivo de la intervención terapéutica era
restituir una ética de las relaciones transgeneracionales. Su
concepto de «lealtad» ha clarificado mucho mi trabajo. De la
lealtad de los miembros de un grupo depende la unidad de éste.
Esta lealtad incluye tanto los pensamientos como las motivaciones
y actos de cada uno de los miembros de ese grupo. De aquí sale
otro concepto: el de la justicia familiar. Una justicia mal hecha
desemboca en mala fe, en explotación de los miembros de la
familia entre ellos, o en enfermedad o accidentes repetitivos.
Mientras que de otra forma, hay afecto, consideraciones
recíprocas y las cuentas familiares pueden estar al día. Podemos
hablar literalmente de un “balance de cuentas” familiares y de un
gran “libro de cuentas” de la familia, en el que se verifica si
tenemos crédito o débito. Si se arrastran deudas, obligaciones o
impagados de generación en generación, podemos encontrarnos con
toda clase de problemas…
N. C.: ¿Puede darnos un ejemplo de deuda en las cuentas familiares?
A.
A.-S.: La deuda más importante de la lealtad familiar es la de
cada hijo hacia sus padres por el amor, afecto, fatiga y
consideraciones que ha recibido desde su nacimiento hasta el
momento en que se hace adulto. La manera de pagar esta deuda es
transgeneracional, es decir que lo que hemos recibido de nuestros
padres, se lo damos a nuestros hijos, etc. Pero sucede que hay
distorsiones malsanas entre los méritos y las deudas. Tomemos un
ejemplo clásico: en determinado número de familias, la hija mayor
sustenta el papel de madre de los demás niños y a veces de su
propia madre que, en ese caso, se hace ayudar, cuidar y apoyar por
su hija. Es lo que se llama parentificación. Un niño que tiene
que convertirse en padre siendo muy joven, lleva un desequilibrio
relacional significativo.
En realidad, es difícil comprender los
lazos transgeneracionales, el libro de los méritos y las deudas,
porque no hay nada claro. Cada familia tiene su manera de
definir la lealtad familiar. Pero el estudio transgeneracional
puede aportar otro punto de vista decisivo.
N. C.: En su
trabajo hay un enfoque antropológico en el que usted insiste
sobre la importancia vital de las “reglas familiares”…
A. A.-S.: Citemos algunas reglas que encontramos a menudo.
Existen
familias para cuidadores/cuidados: algunos miembros cuidan a
otros que están enfermos. También familias en las que la regla es
hacer cualquier cosa para que el hijo estudie – el mayor no será
el mayor de los hijos sino el primer hijo. Hay familias en las
que se fabrica así un hijo mayor para que se encargue de los
negocios familiares. En otras familias, varias generaciones
cohabitan sistemáticamente bajo el mismo techo...
Cuando se mira
un genosociograma, es importante ver bien qué reglas están en
vigor y quien las elabora. Puede ser un abuelo, una abuela, un
tío…
Cuando comenzamos a percibir bien esas reglas, podemos
intentar ayudar a que la familia alcance un mejor funcionamiento
en la relación y a que cada uno de sus miembros tenga un mayor
equilibro entre deudas y méritos. No siempre es fácil comprender
todo cuando se descifra a una familia…
N. C.: Ud
también se ha interesado en el fracaso escolar que según usted
sería a menudo de orden transgeneracional.
A. A.-S.: Mi enfoque
es a la vez contextual, psicoanalítico, transgeneracional y
etológico. Cada una de esas ciencias es importante y sus
aportaciones son complementarias. En el caso del fracaso escolar,
hay que añadir el aspecto socioeconómico de estas lealtades
familiares brillantemente analizadas por Vincent de Gauléjac, que
me ha abierto bien los ojos.
Él demuestra hasta que punto
es difícil para un buen hijo o para una buena hija sobrepasar el
nivel de estudios de su padre; por ejemplo, se pondrá enfermo la
víspera del examen o tendrá un accidente cuando va al lugar donde
se realiza tal examen. Al hacer esto, responde inconscientemente
al mensaje doblemente apremiante de su padre (o de su madre):
“Haz como yo, pero sobre todo no hagas como yo!” O bien: “Haré
cualquier cosa por ti y quiero que triunfes... pero me da un
miedo terrible que me sobrepases y nos dejes”. Ahora bien, esos
mensajes y actos fallidos datan, la mayoría de las veces, de
generaciones precedentes. Ahí también estamos gobernados por la
fidelidad a los ancestros aunque sea inconsciente o invisible.
N.
C.: Nuestro destino individual puede estar guiado por la
historia de las generaciones anteriores. Lo cual significa que un
acontecimiento vivido por un ancestro cincuenta o cien años
antes puede orientar las elecciones de vida, determinar las
vocaciones, desencadenar una enfermedad e incluso provocar la
caída accidental de un biznieto por la escalera. ¿Qué queda
entonces del libre albedrío?
A. A.-S.: Todo.
Porque se nos ha dado la elección de liberarnos de la
repetición para nacer a nuestra propia historia.
Podemos
hacer un ejercicio sencillo, aunque laborioso: tomar un calendario y
apuntar las fechas de nacimiento y muerte de los miembros de nuestro
árbol genealógico, así como otras fechas significativas, como bodas,
accidentes, encarcelamientos, etc. Nos sorprenderá ver como en un mismo día o alrededor de él se amontonan acontecimientos…
Otro
ejercicio interesante consiste en observar la edad a la que nuestros
antepasados sufrieron un trauma significativo. Veremos que se repite en
algunos de sus descendientes de manera idéntica o camuflada. Por
ejemplo, una mujer debe ser internada con diagnostico de esquizofrenia, a
la misma edad en que su madre fuera internada por la misma causa y que
su hija tuviera la misma edad que ella tenia en aquel momento.
El fenómeno del doble aniversario se da cuando coinciden la edad y la fecha de la repetición.
Esas
“coincidencias” no se deben al azar, un estudio estadístico de
probabilidades lo confirmaría, sino que obedecen a la voluntad del
árbol.
Vamos a plantear tres supuestos:
1.- El aniversario puede tener un componente asociado a un contrato
Los contratos son una especie de “códigos” que actúan sobre nuestra vida en forma de creencias y de inhibiciones
Puede
ser el caso del nacimiento producido en una fecha, que viene a recordar
un acontecimiento alegre o triste de otra generación. Por ejemplo: el
nacimiento de una hija el mismo día y mes en que falleció la abuela para
que esa fecha se convierta en un significante. El contrato dice en
letras grandes que viene a desempeñar la misma función que tenía la
abuela
2.- Nacer en una fecha dada es un abuso, la programación viene de fuera
Los abusos se oponen a nuestra realización. Cuando hay demasiado, o demasiado poco
Un
ejemplo son los llamados “hijos de reemplazo” que nacen el mismo día en
que murió o se enterró a otro hijo que lo precedió, cuya madre no hizo
el duelo. También podemos considerar otro abuso el hecho de repetir el
nombre del difunto en la nueva criatura, con lo que estamos diciendo que
viene a sustituir al muerto.
3.- Programarnos para morir en otra fecha, es una lealtad
Cualquier
contrato de los que hablamos se cumple siempre por lealtad y por miedo a
dejar de pertenecer al clan, es decir por miedo a las consecuencias.
Nos
programamos para vivir el mismo número de años que nuestros padres.
Pongamos como ejemplo a una abuela que muere joven a los cuarenta y
cinco años, la hija cuando llega a esa edad hace una crisis fuerte y
tiene un accidente y la nieta cuando llega a esa edad también cae
enferma. Son lealtades inconscientes hacia una figura de autoridad en el
árbol.
Aceptamos que las cosas se deben de hacer de una manera determinada, la que nos impone nuestro árbol
Gabriela
Rodríguez, discípula de Alejandro Jodorowsky, nos explica que en las
familias se repiten un sinfín de circunstancias como nombres, fechas,
formas de nacer y formas de morir, entre otras, que inciden en nuestro
actuar y van generando depresiones o neurosis. A estas coincidencias les
llama “La Trampa”. Recuerda el caso de una madre que llegó a su
consulta porque “su hijo desde hacía un par de años sufría un accidente
siempre en la misma fecha”.
Procedieron
a indagar su historia familiar y descubrieron que el abuelo paterno del
joven se había suicidado en esa fecha la misma edad que tenía el
muchacho cuando llegó a la terapia. “De alguna manera el hijo empezó a
realizar la historia de su abuelo inconscientemente”, explica la
psicomaga, “y para romper con este vínculo, toda la familia fue al
cementerio a honrar a su familiar muerto, haciendo un discurso y una
ofrenda para sanar el alma perdida por el suicidio.”
Un
árbol sano es el que permite la mutación y un árbol enfermo el que se
empeña en la repetición. Un árbol sano deja que las nuevas ramas nazcan y
crezcan libremente a partir de su tronco, un árbol enfermo se empeña en
que las ramas nazcan sobre las heridas de ramas caídas. Con la
psicomagia podemos desactivar la trampa de los aniversarios por ejemplo,
con ceremonias de enterramiento completas para que duelos no resueltos
se elaboren de una vez o escenificando metafóricamente para lo que se
está programado
0 comentarios