Crianza corporal: mi camino hacia una maternidad gozosa.
marzo 21, 2013
Fuimos
concebidos desde la pura corporeidad. Fue la inteligencia corporal de nuestros
padres la que nos brindó la oportunidad de llegar a la vida. Fue la sabiduría
ancestral de nuestro cuerpo aún en proyecto la que consiguió que la vida se
abriera paso y se creara un nuevo e inimitable ser.
Cuando
llegamos a este mundo no fueron los pensamientos los que nos ayudaron a
instalarnos y a sobrevivir, ni siquiera los sentimientos. Fueron las
sensaciones de placer y displacer que nos dictaba nuestro propio cuerpo las que
nos guiaron para reclamar y conseguir lo que necesitábamos. Fue el instinto
corporal el que nos ayudó a que la vida prosperara.
Poco
a poco fuimos madurando, integrando movimientos internos y externos,
desarrollando todo el potencial de nuestro cuerpo y desde ahí conociendo el
mundo, aprendiendo conceptos, nombrando sentimientos y despertando en nosotros el
conocimiento abstracto.
Y
debió ser por ahí, en algún paso del camino, que nos desprendimos de nuestro
propio cuerpo, que se nos olvidó el poder y la sabiduría que encierra, que
dejamos que se nos empolvara y lo convertimos en un mero vehículo con el que ir
transitando por esta vida sin prestarle más atención que unos mínimos servicios
de mantenimiento.
Desaprendimos
nuestro cuerpo, dejamos de sentirlo, de habitarlo en toda su magnificencia y
comenzamos a ocuparnos de él como una mera rutina más o menos molesta. Asearlo,
alimentarlo, ejercitarlo, descansarlo. Así, en tercera persona, como si fuera
algo ajeno a nosotras.
Tal
vez comenzamos a prestar más atención a las palabras que a las sensaciones y
relegamos a la inconsciencia esas sensaciones corporales que no eran nombradas,
desechándolas como imaginaciones infantiles. O quizá es que nunca nos
permitieron seguir nuestros impulsos primarios, fiarnos de nuestros instintos
vitales tachándolos de salvajes, inapropiados o peligrosos y los fuimos
descartando para que no nos entorpecieran nuestra rutina socialmente adaptada.
Lo
cierto es que en nuestro afán por crecer, nos hemos olvidado de cuidar nuestra
corporeidad, el espacio real que habitamos donde todos los pensamientos,
sentimientos y emociones se materializan.
Nos hemos desahuciado a nosotras mismas, deshabitando nuestro propio cuerpo
femenino, desprestigiando ese espacio de sabiduría autentico, nuestra esencia, que
nos habla desde dentro mostrándonos que necesitamos para avanzar.
Cuando
en realidad, esos impulsos internos son todo lo que necesitamos para desplegar
toda nuestra vitalidad y encontrar nuestro camino en este mundo.
¿Crees
que exagero? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste consciente del bamboleo de
tus caderas al ritmo de tus pasos, de las sensaciones de tus pies al posarse en
el suelo, que sentiste el placer de caminar? ¿Recuerdas la última vez que
sentiste como la saliva inundaba tu boca ante el olor de una comida
prometedoramente sabrosa, como se iba disolviendo en tu boca al masticarla,
como bajaba hacia tu estomago al tragarla? ¿Cuándo fue la última vez que
tuviste contigo misma la cortesía de mirarte al espejo y brindarte una mirada
amorosa, maravillarte por la perfección de esta maquinaria de carne y hueso que
te permite seguir disfrutando de esta vida? ¿Cuándo fue la última vez que te
amaste, que tocaste tu piel, sentiste el sabor de tu boca, que prestaste
atención al sonido de tu respiración, que disfrutaste desperezándote o moviendo
tu cuerpo? ¿...?
Aclaro
que no reniego de mi parte mental, emocional o espiritual. Muy al contrario,
soy plenamente consciente que para vivir en armonía necesito prestar atención a
todos los aspectos que me conforman, nutriéndolos por igual. Y para mí el
cuerpo es la vía más directa y confiable para vivenciar y entender todos estas
partes de mi misma, integrándolos de una forma coherente en mi realidad.
Si,
muchas veces consigo enredarme con los conceptos abstractos; me superan, me
pierdo en ellos, entrando en un laberinto mental del que las palabras por si
mismas no consiguen sacarme. Sin embargo cuando esas palabras resuenan en mi
cuerpo toman un espacio propio y consigo entenderlas.
Si,
a veces no sé exactamente lo que siento, las emociones me burbujean por dentro
sin acabar de definirse. Sé entonces que necesito aquietarme y localizar en el
cuerpo las sensaciones físicas que las acompañan y así puedo descifrar la rabia
en mis puños cerrados, la alegría en mi pecho abierto, la tristeza en el nudo
de la garganta.
Percibo
la conexión con la espiritualidad a través de la respiración profunda que
me calma, al percatarme que mi pulso es más lento, mi mirada más limpia, mi
piel más sensible...
Sé
sin ninguna duda cuándo mi relación con otro es sincera, cuando una mirada me
traspasa y mi cuerpo se caldea por dentro, cuando me fundo en un abrazo y
nuestras respiraciones se hacen una.
Es
a través del cuerpo que pienso, siento, me conecto con mi esencia, con la de
otros seres, con la esencia de la vida. Y desde ahí todo es sorprendentemente ligero
y comprensible, no hay más que respirar y fluir con el movimiento, en una danza
continua.
Desde
este marco no hay para mi otra crianza posible que la crianza corporal. Una crianza materializada desde el placer, desde
las entrañas, desde un deseo interno que aglutina todo mi ser y que me impulsa
a complacer las auténticas necesidades que se van manifestando día a día, desde
mi cuerpo en relación con el de mi hijo.
Ese
deseo el que me llevó a concebir, esa voz interna la que me acompañó durante el
parto, ese instinto el que me indicó como acercar a mi hijo al pecho, como
acunarlo, acariciarlo, besarlo, olisquearlo, como acompañarlo... Este
cuerpo de hembra puérpera, de mujer y de madre, que dieciséis meses después
anhela sentir día y noche el calor de su piel y el latir de su corazón cerca
del mío.
Por
esto, y algo más que seguro que me dejo en el tintero, cuando hablo de crianza
corporal estoy hablando de mi propia vía
para alcanzar una maternidad gozosa.
Creo
que la crianza corporal es única para cada una de nosotros, como únicos e irrepetibles
son nuestros cuerpos y nuestros deseos. Va más allá de etiquetas, métodos o
teorías. Es más, en esencia nada tiene que ver con ellos. Porque no se trata de
parto natural, de colecho, porteo, lactancia... No se trata de imitar patrones externos sino de volver a habitar nuestro cuerpo, de sintonizarnos con
nosotras mismas, dejarnos sentir y permitirnos criar a nuestros hijos desde ese
placer entrañable.
texto extraído de http://crianzacorporal.blogspot.com
texto extraído de http://crianzacorporal.blogspot.com
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