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Ser niño también es duro por Rosa Jové

Hoy comparto con ustedes un extracto del libro "Ni Rabietas ni Conflictos" de Rosa Jové, totalmente convencida que ella es una de los tantos profesionales que actualmente están aportando para que cuestionemos y exploremos nuevas maneras de crianza.
Aclaro que para mí lo fundamental es compartir nuevas maneras, porque soy partidaria de que no existen recetas ni técnicas que funcionen para todos.  Lo que sí funciona en la crianza es tener la mirada clara, con esto quiero decir que es totalmente necesario el estar dispuestos en ir profundizando constantemente en nosotros para poder criar niños sanos, nunca nada será algo acabado, sino es y será un desafío constante de aquí que no existan recetas mágicas. 



Ser niño también es difícil en estos tiempos, y por experiencia sé que muchos de los problemas domésticos antes de los 3 o 4 años de edad del niño son debidos a la existencia de un estrés importante en la familia y a la creencia errónea de que algunas de las conductas del menor se deben a la maldad, cuando simplemente son comportamientos equivocados que hay que cambiar.
Una mejor comprensión hacia el niño y más tranquilidad en la familia suelen ser un buen punto de partida para intentar mejorar las cosas.  Si usted comprende más a su hijo, los problemas se minimizan. A veces, aunque usted piense que el problema de comportamiento de su hijo es muy grave, se puede solucionar fácilmente con un poco de empatía y comprensión.

Empiece mejorando un poco la empatía hacia su hijo reflexionando sobre estos aspectos:

*Su hijo es una mente en desarrollo.
*Lo que valoramos en un adulto lo censuramos en un niño.
*Niños programados.

Su hijo es una mente en desarrollo
El profesor Norm Lee, en el primer capítulo de su libro Ser padres sin castigar, explica la siguiente anécdota:

En una reciente charla a un grupo de padres, abrí un libro y empecé a leer en voz alta: «Empiecen la disciplina a temprana edad. Aclaren muy bien las reglas y refuércenlas de inmediato y con consistencia. Refuercen la obediencia con palmaditas y con frases como: "¡Qué buen chico! ¡Eres una buena chica!", y después de disciplinarlos, díganles que los quieren y que lo hicieron por su propio bien».
Hubo cabeceos de aprobación y algunas personas incluso mostraron su aprobación efusivamente en voz alta. Pero cuando les mostré la cubierta del libro, se quedaron sin habla de la impresión al leer el título: Cómo entrenar a su perro doberman pinsher.[1]

Y es que educar niños debería ser algo más que adiestrar animalitos. Es como si algunos padres pensaran que sus hijos nunca podrán llegar a razonar, como si siempre se fueran a quedar así, pequeños, sin voluntad ni razonamiento.
Pues no, su hijo un día será un chico que podrá pensar y que, si entiende las cosas, las hará. Tan sólo debe esperar aque tenga suficiente capacidad de comprensión para que usted pueda empezar a explicarle las cosas. «¿Y cómo sé que no será eso demasiado tarde?» preguntan algunos padres. Lo cierto es que, en cuanto a normas, lo ideal es esperar a que el niño las pueda entender. Por eso, dependiendo del tipo de normas, se las enseñamos a distintas edades: algunas, como saludar o dar las gracias, se las transmitimos poco antes de los 3 años; para otras, como las normas de circulación, tenemos que esperar algunos años más. ¿A que a nadie se le ocurre pensar que si su hijo de 1 año no da las gracias no lo hará nunca más o que si su hijo de 4 no conoce las normas de circulación no las aprenderá nunca?
¿Cuándo empiezan a tener edad para entender las normas? Pues las básicas como saludar, dar las gracias, no cruzar si pasan coches... difícilmente antes de los 3 o 4 años. No se agobie, es muy difícil que llegue tarde; seguramente ya ha intentado hacer algo antes de que su hijo le pueda entender.
Así pues, el primer consejo sería: no tenga prisa. Es mejor que la adquisición de normas de comportamiento se produzca en el momento adecuado, y no demasiado pronto. Si usted obliga a que su hijo de 8 meses salude antes de que entienda lo que significa eso, pronto se cansará de jugar a ese juego (porque para él será un juego, no una norma social), y luego le costará más que vuelva a hacerlo. En cambio, si se espera hasta los 3 años, seguramente lo entenderá y practicará; la mayoría de los niños de 3 años saludan a su profesora cuando llegan a clase, aunque nadie les haya obligado. Otra cosa es que usted intente que vaya saludando antes de esa edad, pero sin forzarlo. Eso no es malo.
¿Y si me equivoco y lo hago tarde? Llegar tarde a la adquisición de una norma es difícil. Siempre estamos a tiempo. Cuando yo era joven no existía la costumbre de besarse en las mejillas para saludarse con personas que no fueran de la familia (y menos entre personas de diferente sexo). Entre familiares se hacía, pero fuera de la familia no.

Si el primer consejo para comprender mejor a su hijo es que no le fuerce a hacer las cosas antes de tiempo, el segundo sería que se asegure de que hablan el mismo idioma.

Los padres solemos hablarles a los niños desde la lógica, pero antes de ciertas edades los niños no conocen la lógica ni la pueden entender. Lo mismo sucede con las dobles intenciones o la ironía. Podríamos decir que cuando un niño es pequeño usamos las mismas palabras pero no hablamos el mismo idioma. Pensamos que con una explicación lógica nos pueden entender a los 3 años, pero no siempre tiene que ser así. Vea este caso:

Joan, de 6 años, quería subir a su clase a la hora del recreo, pero estaban fregando las escaleras del colegio. Cuando la señora de la limpieza vio sus intenciones le dijo: «¡Por aquí no se puede subir!». El niño se escapó, subió y bajó otra vez y le dijo a la señora: «Sí que se puede subir. Y bajar también». A Joan le castigaron porque la señora de la limpieza no entendió que el niño había tomado sus palabras al pie de la letra. Si fuéramos conscientes de que esto puede suceder, le habríamos podido explicar la intención de la frase sin castigarle.

Gloria, de 8 años, estaba dando la lata porque quería que su madre le preparara un pastel para cenar (un bizcocho que esta hacía normalmente los domingos). Como era laborioso (y no era domingo), su madre le contestó con ironía: «Sí, ¡y encima le pondremos guindas de adorno si te parece!». Gloria se fue. Cuando llegó la hora de cenar, la niña montó en cólera porque su madre le había prometido un pastel con guindas y no se lo había hecho.

Desde que el bebé nace su cerebro va cambiando. Lo que no puede entender a los 12 meses lo comprenderá más tarde; lo que no puede razonar a los 2 años lo irá consiguiendo a medida que vaya creciendo. En líneas generales no pida un razonamiento básico antes de los 3 o 4 años, y si este razonamiento implica una lógica de cosas concretas, puede pedirlo hacia los 6 o 7, pero si la lógica es sobre cosas abstractas mejor espere hasta los 12.

No le fuerce, no corra, comprenda que a veces no le entiende. De esta manera notará cómo muchos problemas se desvanecen.

Lo que valoramos en un adulto lo censuramos en un niño
Le puede parecer una contradicción, pero es así. Todos admiramos a un adulto que sepa tomar sus propias decisiones, pero queremos que el niño siga las nuestras, y si no las cuestiona, mejor. ¿Y cómo van a tomar buenas decisiones de mayores si no les dejamos que lo hagan de pequeños?
Nos encantan las personas constantes, que saben mantenerse firmes en sus convicciones a pesar de la oposición del resto, pero no nos gustan los niños tozudos.
Queremos niños sumisos, pero que de mayores no lo sean. Censuramos a un adulto que sea sumiso, pero queremos que nuestros hijos sean obedientes a ciegas. Un niño mandón no es bien valorado, pero un adulto con dotes de mando sí. Muchas veces les enseñamos lo que luego no queremos que sean.

Cada vez que les pedimos a nuestros hijos que hagan una cosa sin que hayan entendido el motivo, o que cuando nos preguntan el por qué les contestamos: «Porque lo he dicho yo y punto», les estamos enseñando a ser sumisos. Y usted no quiere eso. Usted no quiere un niño que haga lo que sus amiguitos del colegio le digan que haga; usted quiere un hijo que sepa calibrar y distinguir cuándo debe obedecer y cuándo no. Usted no quiere una hija que de mayor sea sumisa en su matrimonio o en su trabajo; usted quiere una hija capaz de reclamar un aumento de sueldo si le pertenece y de plantarle cara a su pareja si es un maltratador.
Valore en su hijo estos comportamientos cuando los presente. 

Cada vez que le ordene algo a su hijo y este le cuestione la conveniencia del acto, no se lo tome a mal. Ojalá se acostumbrara siempre su hijo a analizar si un acto es conveniente o no. Lo que puede hacer es explicarle los motivos que usted tiene y convencerle de los beneficios que conllevará hacerle caso en ese momento.
Enséñele a decidir, a tomar decisiones acertadas. Y eso sólo se hace con la práctica.
Una madre me decía que ella ya les dejaba elegir el cuento que querían leer por la noche. Menos es nada, desde luego, pero eso no es elegir. Elegir es tener en cuenta sus opiniones para resolver o decidir algo, como a dónde vamos de vacaciones, qué hacemos el fin de semana o qué quieren ponerse para salir a la calle. Según la edad, se puede ampliar el nivel de decisión, pero lo importante es que el niño siempre sea escuchado.

El artículo 12 de la Convención de los Derechos del Niño dice: «Los Estados Partes garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que afectan al niño, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño».
El hecho de que enseñe y deje elegir a su hijo no sólo es bueno para el menor, sino que es algo a lo que tiene derecho.
Las normas deben ser consensuadas por todos los miembros de la familia, lo que quiere decir que si al niño se le deja opinar y elegir, es seguro que este las va a cumplir mejor que si son impuestas sin ninguna intervención por su parte. Pruebe y verá.

Niños programados
Hace poco atendí a un niño de 10 años en mi consulta y acordamos con los padres la conveniencia de realizar algunas sesiones con él. Cuando abrimos la agenda para buscar una nueva cita, mi sorpresa fue que era prácticamente imposible, ya que el niño, desde la salida del colegio a las cinco de la tarde hasta las ocho de la noche, realizaba gran cantidad de actividades extraescolares. «No, el lunes no puede ser porque tiene fútbol; el miércoles tiene inglés y luego repaso; el viernes fútbol otra vez, y los martes y jueves música y lenguaje musical». Actualmente hay niños que realizan unas jornadas laborales más largas y estresantes que las de sus padres.
¿Qué le ocurre a usted cuando está a punto de estallar por el trabajo acumulado o por el estrés? Pues que a la mínima salta y explota. Tengo un amigo que trabaja en una gestoría y en la época de las declaraciones de la renta no se le puede ni saludar, tiene un humor de perros.
Pues nuestros hijos, sometidos a esa presión, también reaccionan mal. Llegan a casa y, cuando les pedimos que hagan algo, refunfuñan o directamente nos mandan a paseo.
Los llevamos todas las tardes corriendo desde el colegio a clases de música y de inglés. Les damos de merendar en medio del trayecto y al llegar a casa deben hacer los deberes, bañarse sin rechistar, cenar y acostarse. ¿Le extraña que a veces tengan malos comportamientos o se enfaden con más facilidad?
El estrés es algo que nos afecta a todos. Eso ya lo sabemos. Pero lo que no saben muchos padres es que también afecta a los bebés. La doctora Sue Gerhard, en una entrevista al programa Redes, dijo:

Algo que creo que debo explicar es que los bebés no pueden gestionar un estrés excesivo. No pueden deshacerse de su propio cortisol. Como adultos, nosotros sí podemos, hemos descubierto maneras de gestionar el estrés. Llamamos a un amigo, o nos vamos a tomar algo. [...] Sí, tenemos varias maneras de calmarnos. ¡Pero los bebés no! No pueden gestionar su propio cortisol, dependen de los adultos para eso. Y a los bebés les resultan estresantes cosas relativamente pequeñas. Por ejemplo, para un bebé estar lejos de su cuidador durante demasiado tiempo es muy estresante, ¡porque le va en ello la supervivencia! Un bebé no sabe si sobrevivirá o no: necesita a alguien que le cuide.[2]

Si usted tiene un bebé al que no puede ver mucho por horarios laborales, al que intenta mantener separado de usted porque le han dicho que se malcría, debe saber que tendrá un peor comportamiento (seguramente será algo más llorón que la media) porque sufre más estrés del que puede asumir y no está con nosotros el suficiente tiempo para poderse calmar y liberarse de ese estrés.
Además, el exceso de cortisol impide o retrasa el aprendizaje. Si esto lo supieran muchos padres, se ahorrarían el dinero de programas de estimulación y cogerían más en brazos a su hijo.
Vea:
Cuando los padres [...] dedican más tiempo a cultivar a su bebé que a reconfortarlo, también este puede estresarse. Si se inunda el cerebro infantil de hormonas de estrés como la adrenalina y el cortisol, el cambio químico puede ser permanente con el tiempo y dificultar el aprendizaje o el control de la agresividad en la vida posterior, así como aumentar el peligro de depresión.[3]

Conforme se hacen mayores, seguramente ya no necesitarán tanto de nuestra presencia para gestionar su estrés, tienen otros recursos como el juego, la televisión, chatear con los amigos... pero si se lo impedimos estallarán igualmente. Ellos siguen sufriendo ese estrés por culpa de las jornadas interminables que les obligamos a realizar y necesitan su válvula de escape. Son como una olla a presión y, si no les dejamos esa válvula, explotarán. Consiga que su hijo tenga momentos de relax durante el día y verá cómo los problemas se reducen.
La causa de esa presión es el deseo de muchos padres de que su hijo sea perfecto. Quieren que sepa de todo y haga de todo y sea el primero en todo: «Me siento como un proyecto en el que mis padres están siempre trabajando —dice Susan Wong, de 14 años y residente en Vancouver, Canadá—. Hasta hablan de mí en tercera persona cuando estoy ante ellos».[4]
En el libro de Philippe Merieu El Frankenstein educador[5] se reflexiona sobre los padres que pretenden hacer de sus hijos una obra que enseñar al mundo, sin tener en cuenta lo que los niños quieren ser. Lo que se entiende como «la educación como fabricación de sujetos», en lugar de la formación de personas. ¿Cómo no van a rebelarse esos niños? A la larga no sólo es contraproducente para las relaciones familiares, sino que ese exceso de estrés hace que sus aprendizajes se puedan ver afectados. «Estamos criando toda una generación de niños para que nos complazcan, para que nos hagan sentir felices y orgullosos, para que sean lo que nosotros queremos que sean. [...] Lo sé porque durante años hice lo mismo con mi hija y como consecuencia casi la pierdo», dice Marilee Jones.
¿Cuánto rato juegan? La mayoría no llega a las dos horas de juego una vez han superado los 6 años, cuando la mayor parte de su tiempo no lectivo debería ser dedicado al juego y no a pasar la tarde de un lado para otro en el asiento del coche de sus padres.
A Connie Martínez, una madre de Los Angeles, su hijo de 5 años le pidió, cuando fueron al cine, que le dejara sentarse en la butaca de detrás de ella.
—Dijo que sería como estar en el coche juntos —explica—. Pasamos tanto tiempo en el coche para que asista a sus actividades que está muy cómodo mirándome la parte de atrás de la cabeza. Me horrorizó.[6]

Rebaje la presión hacia sus hijos, déjeles tiempo libre para que jueguen, entienda que ellos también tienen estrés y verá cómo todo empieza a marchar mejor. Lo mismo que para los adultos: si rebaja su nivel de ansiedad y el de su pareja, la convivencia se vuelve más agradable. Al fin y al cabo, los niños no son tan diferentes de nosotros.

Resumen

Ser niño también es difícil en estos tiempos, y por experiencia sé que muchos de los problemas domésticos antes de los 3 o 4 años de edad del niño son debidos a la existencia de un estrés importante en la familia y a la creencia errónea de que algunas de las conductas del menor se deben a la maldad, cuando simplemente son comportamientos equivocados (que hay que cambiar).
Una mejor comprensión hacia el niño y más tranquilidad en la familia suelen ser un buen punto de partida para intentar mejorar las cosas.
Así pues, el primer consejo sería: no tenga prisa. Es mejor que la adquisición de normas de comportamiento se produzca en el momento adecuado, y no demasiado pronto.
Los padres solemos hablarles a los niños desde la lógica, pero antes de ciertas edades los niños no conocen la lógica ni la pueden entender. Lo mismo sucede con las dobles intenciones o la ironía. Podríamos decir que cuando un niño es pequeño usamos las mismas palabras pero no hablamos el mismo idioma.
Las normas deben ser consensuadas por todos los miembros de la familia, lo que quiere decir que si al niño se le deja opinar y elegir, es seguro que este las va a cumplir mejor que si son impuestas sin ninguna intervención por su parte. Pruebe y verá.
Rebaje la presión en sus hijos, déjeles tiempo libre para que jueguen, entienda que ellos también tienen estrés y verá cómo todo empieza a marchar mejor.

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