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El desarrollo del niño orientado hacia la individuación 1° Parte





El desarrollo del niño orientado hacia la individuación, pasando por el desarrollo de la voluntad, sentimiento y pensamiento (Primera Parte)


La facultad anímica del ser humano que posee un desarrollo más reciente, es decir, que evolutivamente hablando fue la última en aparecer, es la facultad del pensar, y así como el feto recorre las distintas etapas de desarrollo biológico de la escala filogenética, así también el niño recorre las distintas etapas de desarrollo del pensar que la humanidad ha atravesado.

Sin embargo, antes de que el niño alcance el estado evolutivo actual del pensar, que por lo demás hoy en día ha de llegar más allá de lo que comúnmente se cree, el niño atraviesa el desarrollo de otras facultades anímicas con preferencia, mientras paulatinamente el pensamiento hace su aparición.

Al nacer, el niño despliega activamente su voluntad; todo en él es movimiento, primero desorganizado, pero prontamente este se va articulando y adquiriendo mayor sentido. Durante el primer año de vida, como logro fundamental del despliegue de la voluntad, el pequeño logra caminar. Hacia el término del segundo año el niño ha logrado una mayor capacidad motora, y junto a ello ha comenzado a articular sus primeras palabras en breves frases de dos o más palabras. Sin embargo, la expresión de sus primeras frases no es principalmente una expresión de significados pensantes, sino principalmente de sentimientos. La palabra "mamá", pronunciada por un niño a esta edad, corresponde a toda una manifestación de su vida afectiva, de ahí que esta primera palabra cause tan hondos y tiernos sentimientos al ser oído por su madre.

Hacia el término del tercer año de vida surge un hecho también de la máxima relevancia: el nacimiento de la autoconciencia, cuya expresión verbal es la autodenominación “Yo”. Por primera vez el niño refiere las cosas hacia un centro psicológico. Antes de esta edad los niños se refieren a ellos mismos, cuando lo hacen, en tercera persona, como si estuviesen fuera de su propio cuerpo, y con el nacimiento de la experiencia de que se es un Yo, se forma el núcleo esencial del ser humano.

Aunque haya aparecido este núcleo, este aún está lejos de consolidarse. Sólo a los 21 años, aproximadamente, ese Yo es propiamente una persona plenamente constituida. Durante todos los primeros siete años de vida el niño aún conforma una unidad con su ambiente, se siente vitalmente unido a su entorno aunque posea un Yo único y particular. De ahí que se comprenda que todo cuidado o tratamiento del niño en la primera y segunda infancia, es decir hasta los 7 años aproximadamente, no sea una terapia o educación centrada en el niño, sino en el cuidado del ambiente físico, afectivo, cognitivo y moral que lo rodea. El niño es un ser imitativo por excelencia en esta etapa de su vida, y como tal, es una "esponja" que absorbe todo de su ambiente inmediato, es decir, lo que sus padres, familiares o educadores son, y no sólo lo que dicen. Este elemento imitativo moral es parte del desarrollo de la voluntad, es decir, durante esta etapa del desarrollo en el niño se despliegan las bases morales asentadas en la voluntad.

Desde la antigüedad la esencia humana fue relacionada con el elemento ígneo o calórico, de ahí que como medida higiénica en esta etapa, el calor sea un elemento primordial, entonces no sólo para evitar resfriados, sino sobre todo porque sólo a través del calor puede manifestarse nuestra esencialidad, nuestro Yo. Esta esencialidad está plenamente abocada a la estructuración de la corporalidad hasta el cambio de dentición, y cualitativamente hablando, el yo no puede ejercer adecuadamente esta labor, es decir, sentar las bases de la organización espiritual, si sufre continuamente de frío, si su corporalidad se encuentra fría. Pero el calor en esta etapa de desarrollo no sólo es fundamental para la organización física, sino que el calor anímico que la familia pueda darle es vital. Sólo un ambiente cálido física y afectivamente es el sano entorno para el desarrollo biológico, psicológico y espiritual del niño.

En cuanto al desarrollo de esta organización biológica, ella se encuentra desarrollando preferentemente algunos sentidos que permiten la percepción del mundo. Estos sentidos son el tacto, el sentido orgánico, que permite la captación del propio estado orgánico general, el sentido del movimiento que nos permite la percepción de movimiento de nuestro cuerpo, pero también de las formas de los objetos, y el sentido del equilibrio, que nos suministra la experiencia de posición en relación al espacio. De lo anterior se desprende que los alimentos, juguetes, ropa y aquellos elementos que se relacionan con estos sentidos, han de ser escogidos pensando en el sano desarrollo de ellos. Steiner en sus investigaciones científico espirituales llegó al resultado que el sentido del tacto se metamorfosea en la vida adulta en la experiencia corporal de Dios, a la experiencia biológica de su existencia. De lo anterior se deduce que juguetes o ropa de material sintético con los que el niño se relaciona, le obstruyen el sano desarrollo de este sentido; los padres y educadores tendrían que buscar ropa y juguetes de materiales "nobles" como el algodón, la seda, la lana, madera, etc. para fortalecer el desarrollo de este sentido. Independiente si el niño cuando adulto llegue a ser creyente o no, todo padre y educador al menos tendría que comprender que el descuido del desarrollo de este sentido lleva implícito el ateísmo o la experiencia de determinación, ya que la experiencia de libertad también corresponde a la metamorfosis de uno de estos otros sentidos.

El término de esta etapa del desarrollo está marcado biológicamente por el cambio de dientes. Todas las fuerzas biológicas al servicio del desarrollo de los dientes definitivos se retiran, ingresando al alma y puestas ponen al servicio del pensar y de la memoria. Recién a esta edad conviene la ejercitación paulatina de la memoria. Las fuerzas del pensar se asientan por tanto en las fuerzas constructivas que ya no se utilizan en la consolidación ósea.

Cabe destacar que la memoria y el pensamiento, en contraste con la voluntad, se asientan en dos fuerzas completamente distintas. La voluntad se asienta en fuerzas de simpatía del alma, que en su intensificación producen la fantasía creadora y posteriormente en la formación de las imágenes perceptuales. Vale decir, todo acto de percepción se asienta en fuerzas de simpatía. En cambio, el pensar y el concepto surge por la intensificación de la antipatía, pasando primero por la memoria y luego por intensificación hacia el concepto. Pero la ciencia espiritual va más allá aún en su investigación. Los nervios son el resultado de la intensificación de la antipatía, en cambio, la sangre lo es de la simpatía. De ahí que pueda deducirse, que la estimulación de los procesos cognitivos acentúe la antipatía y producción de ácido carbónico en la sangre, en cambio la estimulación de la fantasía y de la percepción, favorecen la oxigenación de la sangre. Esto debe tomarse muy en cuenta en la educación, ya que la estimulación precoz del intelecto, sobre todo en la etapa del desarrollo de la voluntad, es decir, entre el nacimiento y los siete años, produce una serie de estragos físicos y anímicos, toda vez que se comprenda que la simpatía es una expresión del calor, elemento indispensable para el desarrollo del yo. Con lo anterior no queremos desconocer la importancia del desarrollo del pensar, sino que él ha de favorecerse principalmente en la adolescencia.
Durante el segundo septenio, el desarrollo se orienta hacia el sentir. Así como en la etapa anterior el niño vive inmerso en su voluntad, en la que anidan los impulsos morales de la acción, en íntima vivencia con lo moral de su entorno, el niño vive como predicado esencial de su desarrollo, "el mundo es bueno", en cambio, el niño de la básica asentado en su sentir lo experimenta como "el mundo es bello". Ambas vivencias han de cultivarse adecuadamente; en el primer septenio mediante el correcto ejemplo, y en el segundo septenio, mediante el principio de autoridad. En el primer septenio el niño conoce haciendo, en cambio en el segundo, conoce sintiendo, siendo el sentimiento de respeto por su profesor decisivo para su desarrollo.

Para el pequeño es un momento difícil de su existencia el cambio de una etapa a la otra, ya que su Yo se independiza fuertemente de su entorno, especialmente de la madre, experimentando éste la soledad de aquel cobijo interior semejante a cuando el bebé aún está en el seno materno. Los niños experimentan un cambio de comportamiento, y lo que les permite sentirse seguros nuevamente, es encontrando a una o varias personas que se vuelvan para él o ella en autoridades dignas de admiración, respeto e incluso veneración. Este rol ha de asumirlo principalmente el profesor, y los padres mostrar comprensión a la difícil etapa que vive el niño al sentirse más un Yo pero sin cobijo.


(Primera Parte)
extraído de http://antroposofia-psicologia.blogspot.com 

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